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Novelas Cortas

martes, 28 de julio de 2020

¡¿Quién quiere las riquezas de Zteot?! Por Rogelio O. Retuerto


¡¿Quién quiere las riquezas de Zteot?!



 1
–¡¿Quién quiere las riquezas de Zteot?!
En las tribunas los espectadores enmudecieron. Después de cincuenta vueltas alrededor del sol, Amarok era el primer concursante en estar ante la pregunta final. Si reclamaba las riquezas de Zteot, el anfitrión la haría una última pregunta. Si acertaba; Zteot, la quinta luna de Ambaraet, abandonada hacía ya mucho tiempo luego de las guerras confederadas, se le entregaría por el término que durase su vida. Si, en cambio, elegía “Sueño”, podría renunciar a las riquezas de Zteot para reclamar un sueño. Pero todos sabían que para un ambaraetica no existían sueños equiparables a poseer Zteot… para ningún ambaraetica, excepto para Amarok . 
Muchos años antes de que culminasen las guerras confederadas, un remoto planeta ubicado en la tercera órbita de un sol lejano fue incorporado al escenario de la guerra. El sistema de ocho planetas circundantes era paso obligado para los Mboeks en su marcha hacia el sistema binario enemigo. Existía un problema: las naves mboeks no tenían autonomía suficiente como para llegar a destino. Pero con el descubrimiento del nuevo sol y el tercer planeta todo cambió. El sol les proveería la energía necesaria para las naves y el tercer planeta el alimento: humanos. Amarok era sobreviviente de la conquista Mboek sobre la tierra. Literalmente la arrasaron y redujeron la vida futura del sol en mil millones de años.
El público ya cantaba en las tribunas “¡Zteot! ¡Zteot! ¡Zteot!”. El anfitrión reiteró la pregunta y cuando Amarok dio la respuesta la tribuna enmudeció.
–Sueño. 
La cara del conductor se desencajó y casi deja caer su tubo de fluidos. Debió apegarse al protocolo y continuar con el programa.
–¿Respuesta final? 
La atmosfera dentro del estudio se cortaba con el movimiento de las conciencias de los ambaraeiticas. Por eso nadie pensó.
–Respuesta final… 
2
El gobierno de Ambaraet tuvo que movilizar sus tropas luego de doscientos ciclos de paz para cumplir con el sueño de un refugiado: reconquistar La Tierra y reclamarla para… ¿Amarok? Sí, Amarok era el nuevo dueño de La Tierra. La hubiese reclamado para la humanidad, pero la humanidad ya no existía.
Las naves rugieron cuando penetraron la atmósfera terrestre. Dos guardias mboeks elevaron sus ojos cuando sintieron abrirse la garganta del cielo. Las naves de Ambaraet iniciaron la descarga de rayos sobre la superficie del planeta. Allí dónde los sensores detectaban movimiento las naves disparaban. Se corría el riesgo de aniquilar, de este modo, a la fauna sobreviviente, incluidos los humanos, pero el General a cargo quería terminar con la operación lo antes posible. Cuando el General consideró que las condiciones para el descenso eran oportunas, ordenó el aterrizaje. El rápido despliegue de infantería exterminó los últimos focos de resistencia Mboek.
–Entablamos conexión con el tercer planeta. Aquí Ambaraet ¿me escuchan?  
–Te escuchamos, Pliguers –contestó el movilero que había cubierto en vivo y en directo la reconquista de la Tierra–. Amarok ya está en posesión de su planeta. Ya obtuvo su premio.
Las tribunas, que habían seguido la transmisión en vivo, estallaron al grito de “¡Sueño! ¡Sueño! ¡Sueño!”  
Los soldados dejaron a Amarok en la Bahía de San Francisco, en el muelle donde había solicitado quedarse. El General Sgorl lo saludo de forma marcial. El movilero le dio una brizna de recuerdos y las naves se perdieron en el cielo rojizo. 


Amarok contemplo la ciudad en ruinas. Quiso llorar, pero no sabía cómo hacerlo. Atravesó el asfaltó agrietado de El Embarcadero y se puso en marcha hacia el oeste a través de Washington Street. Contempló los árboles muertos del Sue Bierman Park con sus brazos calcinados estirados al cielo y sus bocas abiertas pidiendo clemencia. Atravesó el distrito financiero y se encaminó hacia su antiguo hogar. En el camino se cruzó con una vieja tienda Hitachi y se le estrujó la memoria. Atravesó la calle y se paró frente la vidriera inexistente rememorando viejos tiempos. Allí estuvo parado él, viendo como transcurría la vida de la cuidad durante dos años. Fueron dos largos años hasta el día en que llegaron el señor y la señora Simmons y decidieron comprarlo. Volteó la  cabeza y vio que estaba anocheciendo. Retomó la marcha y, cuando las penumbras de la noche comenzaban a consumirlo todo, llegó. La casa de los Simmons, su hogar, estaba intacto. Todo el barrio estaba intacto. A las zonas residenciales las habían atacado con radiación ionizante. Amarok atravesó el jardín de extrañas plantas fluorescentes (no las recordaba, habían crecido tras la radiación). Entró en la casa. Subió las escaleras y buscó el último cuarto. Entró. En la cama dormían su sueño eterno los esqueletos del señor y la señora Simmos. Amarok se subió a la cama. Se recostó entre sus antiguos dueños. Los tomó de la mano. Quiso llorar, pero no pudo. No sabía cómo hacerlo. Se abrió el compartimento de las baterías y se las retiró. En su pantalla líquida se inició la cuenta regresiva empezando en “9… 8…7…”. Amarok volvió a tomar las manos esqueléticas de sus antiguos dueños. Cerró los ojos y durmió.


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