"Las elegidas" Novela ganadora del Certamen Nacional de Literatura Erótica 2016

Cuentos Fantásticos y de Terror

Novelas Cortas

domingo, 18 de diciembre de 2016

"Los muertos no pagan sus deudas" Por Rogelio Oscar Retuerto

Los  muertos no pagan sus deudasmhm

Copyright © 2014 Rogelio Oscar Retuerto


Recuerdo patente aquel día, jamás pude olvidarlo. Era la tarde del veintidós de agosto del dos mil uno. Argentina se desangraba entre la crisis económica y los conflictos sociales. Marta ya había amenazado dos o tres veces con consumar su acto final. Marta hacía teatro, pero no hablaba de tablas y puestas en escena. Yo nunca le creí, pensé que era una artimaña para llamar la atención. Pero aquella tarde pasó.
Llegué a casa después del laburo, como de costumbre, y Marta no estaba. Sobre la mesa, debajo de un vaso de vidrio, había dejado un nota: “no aguanto más esta vida, así no puedo seguir. Partiré a un lugar mejor”. Yo sabía cómo y dónde iba a consumar su último acto en esta tierra, lo había anticipado varias veces.  Agarré el auto y me fui volando a intentar frenarla. Mientras conducía por la autopista podía imaginarla allá en lo alto con la mirada perdida, el rostro salpicado por gotas de sudor y esa sonrisa demencial que solía dibujársele cuando intentaba vengarse de algo.
Cuando llegué ya era tarde. Marta ya no estaba. Ese fue el final de nuestra vida compartida. Lloré lo que restó de la tarde, lo que duró la noche y la mitad de la mañana. Les juró que pensé en seguir sus pasos, pero no pude. Supongo que fui un cobarde.
Marta partió a un lugar mejor. Lo hizo despegando sus pies de esta tierra para pisar un mundo nuevo. Lleva quince años sobreviviendo en España y yo sigo acá: en mi Buenos Aires querido.
Hace unos años me envió un mail (en facebook la bloquee. Las primeras publicaciones se las “reportaba”. Eso me hacía gracia, yo reportando a una inmigrante) Por aquellos años Europa comenzaba a desmoronarse en el sumidero de la desocupación, y la sombra del terrorismo se levantaba desde oriente para cubrir con sus alas el sol de cada mañana. En el mail me pedía que la perdone y me decía que quería volver. Al leerlo me invadió una profunda alegría. Me apresuré a contestarle. Mi respuesta fue concisa y contundente:
JODETE.
Desde ese día vivo mucho más aliviado. Siento que mi respuesta me sacó las telarañas de los rincones de mi alma y toneladas de peso que llevaba encima.
Este año me echaron del laburo. Acá también la cosa se está poniendo jodida. “Coletazos de la crisis mundial” lo llaman. A mí el coletazo me lo dio un dinosaurio. Me puse a laburar con mi viejo en la panadería. El viejo ya venía a las puteadas: que el aumento del gas, que el de la luz, que la harina. Llegó un punto en que el viejo no aguantó más y siguió los pasos de Marta (pero este se fue en serio. No vuelve más). Ayer nos entregaron el cuerpo en la morgue judicial. Pensamos en cremarlo, pero bue… no queríamos que parezca una burla del destino: panadero, el horno, el gas. No. Decidimos darle sepultura.
Y acá estoy, tirando. La explosión dañó otros dos locales de la cuadra y una casa vecina. Una de las paredes de la casa se desplomó sobre un pibe que estaba durmiendo. Un pedazo de mampostería le aplastó el cráneo, pero no murió. Un amigo médico me dijo que si se salva, vayan buscándole una maceta porque lo que va a salir del hospital es una planta. Siento que me estoy volviendo loco, lo digo en serio.
Ya nos van a empezar a llover los juicios. Denles tiempo, nomás. Aunque todo estaba a nombre de mi viejo y como él siempre decía: “los muertos no pagan sus deudas”.
La casa la vendimos. No queremos tener nada a nombre de la familia para cuando lleguen los juicios. Yo me mudé a un pensión de Once.
Este es el primer mes que no llego a pagar la pensión. Ayer una rata (una o varias, no lo sé) se encargó de romper la caja en donde guardaba los últimos paquetes de galletitas, la yerba y la azúcar. Hizo un desastre esa hija de puta. Tuve que tirar todo.
Hoy no me levanté. Encima Camila me hizo juicio por alimentos ¿con qué quiere que le pague? Si no tengo donde caerme muerto. A diferencia de Marta a mí no me molesta mi país. Estoy acostumbrado al quilombo. Lo que si me molesta son las deudas. Todo esto me está volviendo loco, lo digo en serio.
Anoche abrí la puertita del horno para ver si se había escondido la rata. La quería hacer mierda. Cuando abro la puerta aparece mi viejo; bueno, no entero, sino la cabeza. Estaba servido en bandeja. Me puse a llorar y le dije:
–Papá, todo esto me está volviendo loco, lo digo en serio.
El viejo me miró y me dijo una frase más que sugestiva:

–Los muertos no pagan sus deudas. 

*Ilustración de Luiso Garcia.

viernes, 16 de diciembre de 2016

Primer Premio en el Certamen Nacional de Literatura Erótica

El día jueves 15 de diciembre, recibí de parte de la Secretaria de Cultura de Mendoza, el primer premio correspondiente al Certamen Nacional de Literatura Erótica. Quiero agradecer a toda la gente de cultura, por la hospitalidad y la calidez con que me recibieron. Agradezco de manera especial a Alejandro Frías, escritor mendocino a cargo de Ediciones Culturales Mendoza. Y quiero destacar un profundo agradecimiento al jurado, no por haberme elegido, sino por animarse a cruzar las fronteras que encorsetan a los subgéneros literarios. El reconocimiento a los elementos de la cultura gore, el terror y la ciencia ficción que el jurado ha destacado en mi novela, no es un reconocimiento en lo personal, es un reconocimiento en lo cultural que abarca a muchos escritores y artistas que transitan la misma senda. “Las elegidas” no fue concebida como una novela de literatura erótica, mucho menos de literatura “femenina” (aborrezco ese epíteto). “Las elegidas” fue concebida como una historia de terror (palo en el que me siento cómodo escribiendo), con elementos de la mitología americana y la ciencia ficción, que avanza abriéndose paso a través de las ciénagas en donde habita lo más oscuro y profundo de la sexualidad humana. Ediciones Culturales Mendoza la publicará en abril de 2017 con alcance nacional y será presentada en el pabellón azul de la Feria Internacional del Libro de Bueno Aires. Gracias a todos los que ayudan cada día.

jueves, 17 de noviembre de 2016

"La muda" Por Rogelio Oscar Retuerto

Aquel verano en que nació Martita, la vieja muda apareció en el barrio. Era flaca como su sombra, arrugada como los pliegues que la arena forma en el desierto; la gente la esquivaba, no porque la despreciara, sino por el terror que infundía su mirada. Primero le alquiló una pieza al flaco Luis, hasta que fue echada del lugar. El flaco nunca quiso hablar sobre las razones que lo motivaron a arrojar a la vieja y su hija a la calle, lo aterraba hacerlo.
Una tarde, cuando el sol caía a plomo sobre los techos de chapa, vino Luisa con la noticia sobre la muerte de la hija de la vieja. La vieja había recogido a la nena en la ranchada que los pibes de la calle tenían en la vieja estación de trenes. La había criado como hija propia durante más de un año. Todo el barrio concurrió al velorio, la velaron en la sociedad de fomento. La vieja se sentó en una silla de madera al lado del cajón, con las manos cruzadas sobre su vientre, como si le doliera, y lloró toda la noche. Lloró solo con sus ojos, pues era muda. La vieja palmeaba, en un sentido agradecimiento, cada mano que se apoyaba en su hombro. Al clarear el día, solo le quedaba su carro desvencijado y la caja con los cuatro mil pesos de la colecta.  Después del entierro, la vieja se esfumó, como si nunca hubiese existido.
El barrio entero llegó a pensar que la vieja fue una triste alucinación colectiva. Pero eso fue hasta el día de hoy.
Anoche, en un barrio vecino, una vieja muda recién llegada al lugar, veló a su hija recogida en los basurales de la ribera. Lloró toda la noche sentada en una silla de madera. Hoy, después del mediodía, partió del cementerio sin dejar más rastros que un cadáver fresco en una tumba fría y una silla con su vieja ausencia. Solo se llevó su carro desvencijado y la lata con los cinco mil pesos que las mujeres del barrio habían recolectado compungidas.


martes, 18 de octubre de 2016

"Invocación del recuerdo" Por Rogelio Oscar Retuerto

Yo te debo mi existencia intermitente;
pues me exhalas a la vida en cada pensamiento;
me pares en suspiros de contornos correosos,
en formas sustanciales que llenan el vació,
vacuidad imposible del humedal de tu cuerpo.
No me dejes reposar en mi lecho de barro
sobre fibrosas almohadas de falanges dormidas.
¡Invócame!
Y aquí estaré,
ectoplasma presente de tus aciagos pensamientos.
Si me invocas, resucito
en tu universo de lóbulos temporales,
marañal neuromante de infaustos recuerdos.
¡Elévame!
No me entregues a la paz del olvido sombrío,
no quiero la paz gélida de ningún cementerio.
Invócame en tu mente cada vez que me pienses,
Vomítame a la vida cada vez que respires,
en sustanciales nubes de formas espectrales.
Ahora descansa,
descansa tu mente
en la soledad de tus recuerdos;
descansa tu carne exhausta de agotados pensamientos.
Ya no pienses,
que yo también descanso mi existencia ignominiosa.
Descansa, 
como yo descanso.
Cuando te vayas una tarde
en un ocaso sin sombras

¿Quién invocará tu recuerdo?   

lunes, 26 de septiembre de 2016

"La carnada" Por Rogelio Oscar Retuerto

("La carnada" fue publicado en el número uno de Revista Cruz Diablo bajo el seudónimo de Oscar Edur Barakaldo)
Podés bajarlo en formato PDF desde el siguiente enlace:

–Negro, me parece que nos mandamos una cagada al desviarnos por esta ruta.
–¿Qué cagada, Flaco? Acá no tenemos ni un solo peaje. Nos ahorramos un montón de guita –el negro manejaba con los ojos pegados en la reducida esfera de tenue luminosidad que el Volkswagen dibujaba sobre el asfalto. El flaco iba aferrado en el asiento del acompañante. Hacia largos kilómetros que había retirado el brazo derecho de la ventanilla para aferrarse al asiento.
–Pero no se ve una mierda, negro. Ni siquiera sabemos dónde viene una curva –el flaco miró de reojo el velocímetro del Volkswagen, la aguja marcaba 120km / h.
–Tengo que regular las luces, eso es todo –aclaró el negro, tratando de llevar calma a la situación.
–Che ¿a nadie le llama la atención que desde que agarramos este camino no nos cruzamos con un solo auto? –preguntó Lucas desde el asiento trasero–. Hace media hora que no vemos a nadie. Cincuenta kilómetros sin cruzar un auto, un pueblo, un puesto, nada. ¿No es raro eso?
–No pasa nada. Son las dos de la mañana, es jueves ¿quién querés que ande por acá? –dijo el negro–. Además esta no es una ruta comercial, sino deberíamos haber pasado algún camión –agregó.
–Yo creo que este camino no lleva a ningún lado –replicó Lucas.
–¿Cómo no va a llevar a ningún lado? ¿Adónde viste un camino que no lleva a ningún lado?
–Mi viejo una vez agarró uno en Santa Fe –intervino el flaco– se lo veía en muy buen estado. Nos mandamos y a los quince minutos aparecimos transitando por el pasto. Mi viejo pensó que se había salido en una curva, pero no. El camino se esfumó, así, de la nada. Era un viejo camino que nunca llegaron a terminar.
–¿Nadie vio en el cruce el cartel que decía “Laguna Güemes”? –Lucas y el flaco se miraron. Al parecer no lo habían visto.
–Igual esta ruta no la conoce nadie, negro. Está la 41, la 6, la 200, pero esta no existe –opinó el flaco.
–¿Cómo no va a existir? ¿Por dónde vamos nosotros? –el negro río–, no hablen boludeces, che.
–¿Y eso? –preguntó Lucas.
–Un banco de niebla –dijo el negro mientras bajaba la velocidad y se agazapaba contra el volante para ver mejor– debe haber un río por acá o alguna laguna. –La cerrada oscuridad de la noche fue invadida por fantasmagóricos velos de una blancura impenetrable.
–¡Cuidado!
–“PUMM!!!” –El Volkswagen brincó sobre el asfalto como si se hubiese topado con una loma de burro. El negro perdió el control del vehículo que  se atravesó en la ruta y derrapó sobre la banquina.
–¿Qué fue eso? –preguntó angustiado Lucas.
–Atropellamos algo –dijo el flaco.
–¿Que atropellamos? –se angustió aún más Lucas. Su mente especulaba con el desenlace de una tragedia, pero ¿Qué iba a estar haciendo una persona en medio de la nada?
–No sé, creo que había algo tirado en la ruta, un tronco me parece – contestó el flaco.
–No sé que fue, pero hicimos mierda el tren delantero –se quejó el negro. El flaco se bajó del auto y regresó por la ruta a ver con que se toparon.
–¡Vengan, che! –llamó el flaco, parado a unos treinta metros del auto. Algo se encontraba bloqueando la ruta. Parecía un poste que atravesaba el asfalto. Pero acá no había postes, no había electricidad, no había teléfonos, aquí no había nada. Se acercaron hasta donde estaba Lucas y avanzaron los tres lentamente. Cuando estuvieron en frente de aquella cosa se dieron cuenta de que se trataba de un animal.
–Es una víbora –dijo el negro– no se acerquen –agregó.
–¿Una víbora? ¿Qué decís? –Preguntó Lucas con descreimiento– acá no hay víboras de este tamaño. En ningún lugar del país hay tan grandes.
–En Chaco sí. Mi abuela es de Chaco y me contó sobre las víboras que hay en el monte chaqueño –dijo el flaco.
–Sí, son más grandes que las culebras, pero no pasa de ser un poco más grande. Esto es un monstruo, parece la de la película “Anaconda”.
–Si –dijo el negro embelesado mientras se agachaba sobre el animal– parece una boa ¿o se dice Pitón?
–Es lo mismo, creo –dijo el flaco.
–Acá no hay ni boas ni pitones –intervino Lucas mientras lo miraba al flaco buscando su complicidad, pero el flaco no aceptó el convite.
–Es una boa –sentenció el flaco. El embelesamiento del negro aumentó como dos luces que amentaban su voltaje en el brillo de sus ojos.
–Esto debe valer cualquier guita –dijo el negro.
–No vale nada si está muerto –refutó Lucas.
–Es lo mismo, hay tipos que los embalsaman. A esos tipos les puede interesar ¿no dijiste vos que no existen en todo el país? Entonces el precio sube –el negro se puso de pie y pateó al animal, pero este permaneció inmutable.
–¡Tené cuidado! –gritó el Lucas temeroso –. En la tele vi un documental donde había un tipo que tenía uno de estos de mascotas. Un día se le enrolló en el cuello y se lo comió.
–Acá termina –dijo el flaco mientras caminaba hacia una de las banquinas– acá esta la cola.
–¿Cómo sabés que es la cola? – preguntó Lucas.
–Porque no tiene cabeza, boludo.
–Lucas, fijate del otro lado. Fijate hasta donde llega, así sabemos cuánto mide –ordenó el negro.
–Esto no es normal, loco. A mí no me gusta nada esto. Acá no hay nadie que pueda tener mascotas y en Argentina estos bichos no existen. Yo me vuelvo al auto, loco.  
–Vos sos un cagón, Lucas –contestó el negro– ¿no ves que lo matamos? –el negro caminó hasta la otra banquina y siguió el cuerpo que se perdía en los pastizales. Caminó unos veinte pasos y el cuerpo continuaba– ¡flaco! ¡Vení a ver esto! – mientras el flaco avanzaba trotando sus ojos se agrandaban, inmensos, desencajados. El cuerpo del animal se extendía entre los matorrales hasta perderse en las aguas de una laguna.
–¿Cuánto mide esto, che? –preguntó el flaco.
–No sé, treinta metros o más. Tenemos que sacarlo de la laguna para saber. Llamalo a Lucas. –El flaco apareció en la ruta rápidamente.
–¡Lucas hay una laguna! ¡Vení un toque! –Lucas estaba fumando, nervioso, pero se sentía a resguardo en el asiento trasero del Volkswagen. Lo miró por la ventanilla, pero no salió del auto.
No supo si permaneció sentado en el auto cinco, diez o quince minutos; o si fue media hora el tiempo transcurrido hasta que su mirada se posó en el espejo retrovisor de la puerta del acompañante. En la posición en que había quedado el auto, Lucas podía ver la ruta desierta en el espejo del acompañante. Pero no fue la ruta ni la lúgubre soledad que lo envolvía lo que lo aterró. La ruta estaba literalmente desierta. La niebla se había disipado y la luz de la luna se derramaba sobre la capa de asfalto resaltado la soledad de la misma. El extraño animal ya no estaba sobre el asfalto. La ausencia del animal le imprimía un terror impronunciable. Pero había un detalle que lo aterraba aun más. Ni el negro, ni el flaco, ni siquiera los dos juntos podían haber retirado aquella monstruosidad de la ruta.
Lucas bajó lentamente del vehículo, dejó la puerta abierta para que el ruido al trabarse no profanase el silencio sepulcral que envolvía aquella extraña región. Mientras atravesaba la ruta un sudor frío comenzó a correrle por la espalda. Cualquier zona del pastizal acariciada por la mano del viento absorbía toda su atención. Caminó por la banquina hasta siete u ocho metros del asfalto, justo en donde la tierra y el pedregullo se vencían ante los pastizales que se erigían imponentes. –¡Negro! ¡Flaco! –los gritos de Lucas fueron rápidamente fagocitados por el silencio que lo envolvía todo. –¡Negro! ¡Flaco! ¡Vuelvan! –Lucas sentía espetar las palabras pero no lograba oír nada en medio de aquel silencio cósmico. Alguna vez había leído que así sucede en el espacio. De repente notó los destellos de luz en la laguna. Pensó que el flaco y el negro estaban nadando perturbando la quietud de las aguas– Negro, Flaco ¿Son ustedes? –los destellos comenzaron a multiplicarse por doquier tapizando la superficie del agua con un manto de lucecitas blancas intermitentes. Sin duda la película de la superficie lacustre estaba siendo perturbada por algo o por alguien. Pensó en el Negro y el Flaco tirando piedras en el agua para jugarle una broma. O al menos su alma requería desenfrenadamente que fuese así. Los pastizales comenzaron a sacudirse a pocos metros de él. El temor comenzó a apoderarse de los reflejos de Lucas. Su piel comenzó a erizarse lentamente– Negro, Falco ¿Son ustedes? –la falta de respuestas bastó para activar el reflejo de huida. Lucas corrió velozmente hasta al automóvil y tras abordarlo cerró las ventanillas delanteras. En ese momento tuvo un recuerdo siniestro. Volteó, extendió su mano y cerró la puerta trasera tirando de la manija del levantavidrios.
Los pastizales volvieron a agitarse muy cerca de la banquina. Lucas encendió el Volkswagen y avanzó por la ruta mientras la trompa del auto oscilaba de un lado a otro. Evidentemente el daño provocado por el impacto había sido grave. Repentinamente un cuerpo negro, similar al que habían atropellado, cayó sobre la ruta a unos veinte metros delante del vehículo. La poca velocidad y los reflejos de Lucas lograron que el auto frenase sin impactarlo. Lucas permaneció dentro del auto observando, temerosamente, aquel extraño cuerpo inmóvil sobre la ruta. “¿Qué es eso?”. Le pareció divisar pequeños cambios en la superficie oscura de aquella cosa. En ese instante se dio cuenta que, montado en la urgencia de la huida, no había prendido las luces del automóvil. Accionó la palanca de las luces bajas y lo que vio petrificó sus sentidos. Una decena de pequeño ojos parpadearon en el momento en que las luces se encendieron. “No es una víbora”. Dos o tres de los ojos parpadearon nuevamente y luego se cerraron. Notó que los pastizales comenzaron a sacudirse en medio de la quietud imperante. Uno de los ojos, más grande que el resto, se abrió y lo observó fijamente– no sos una víbora. Sos la carnada –Lucas puso reversa y aceleró a fondo. Dos cuerpos oscuros, similares al que yacía sobre la ruta, se envolvieron rápidamente alrededor del auto. Los brazos constrictores abrazaron al Volkswagen con una fuerza sobrenatural.  Los vidrios de las ventanillas laterales estallaron. Luego estallo la luneta. El vehículo comenzaba a compactarse desde la cola. Lucas escuchó el chillido de la chapa retorciéndose mientras observaba el techo y los parantes hundiéndose sobre él.  Tocó la bocina repetidamente con la falsa esperanza de ahuyentar a aquel animal. Rápidamente aquella cosa comenzó a arrastrar el auto hacia los pastizales. Lucas sintió venírsele el auto encima. Sintió el volante incrustándose debajo de las costillas. Sintió el asiento comprimiéndolo hacia adelante. Sintió el vidrio del parabrisas aplastándole la nariz antes de que estallen en pedazos el vidrio y su propia nariz triturada. En cierto momento sintió la base del volante incrustándose en el asiento a través de su cuerpo. Lo último que sintió fue el ambiente sordo y burbujeante del agua turbia de la laguna envolviéndolo todo.
Una masa compacta de un puré de carne sanguinolento envuelto en fluidos corporales y chapas retorcidas es arrastrada hacía el fondo de la laguna.

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La laguna permaneció durante todo el día en calma. Solo un par de teros pasajeros se animaron a interrumpir su paz gritando en una de las orillas. Pero pronto se percataron de la estupidez que acababan de cometer y emprendieron rápidamente el vuelo. El viento se rindió al imperio de la laguna y sopló obligando a los indómitos pastizales a inclinarse para reverenciar a la criatura que duerme en las aguas. El horizonte hambriento devoró rápidamente al sol devolviendo la laguna al imperio de las tinieblas.

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Un grillo canta tímidamente a orillas de la ruta. Un zumbido in crescendo se aproxima a lo lejos. El pequeño insecto bate sus alas, quizás al sentirlas impregnadas por la humedad de la niebla que se apresura a cubrir la ruta. El zumbido se acrecienta, sonoro, uniforme. De repente, el chillido del caucho sobre el asfalto ahuyenta al insecto que vuela a buscar refugio entre los pastizales. Un estruendo arroja de lado a un vehículo que se arrastra por la banquina hasta perderse entre los pastizales. Al rato asoma una chica mareada con sangre en el rostro. Después irrumpe otra mujer llorando, presa de los nervios. La primera se acerca a la ruta.
–¡Vengan! ¡Atropellamos algo!