¡¿Quién quiere
las riquezas de Zteot?!
1
–¡¿Quién quiere las riquezas de
Zteot?!
En las
tribunas los espectadores enmudecieron. Después de cincuenta vueltas alrededor
del sol, Amarok era el primer concursante en estar ante la pregunta final. Si
reclamaba las riquezas de Zteot, el anfitrión la haría una última pregunta. Si
acertaba; Zteot, la quinta luna de Ambaraet, abandonada hacía ya mucho tiempo
luego de las guerras confederadas, se le entregaría por el término que durase
su vida. Si, en cambio, elegía “Sueño”, podría renunciar a las riquezas de
Zteot para reclamar un sueño. Pero todos sabían que para un ambaraetica no
existían sueños equiparables a poseer Zteot… para ningún ambaraetica, excepto
para Amarok .
Muchos años antes de que culminasen las guerras confederadas, un remoto
planeta ubicado en la tercera órbita de un sol lejano fue incorporado al
escenario de la guerra. El sistema de ocho planetas circundantes era paso
obligado para los Mboeks en su marcha hacia el sistema binario enemigo. Existía
un problema: las naves mboeks no tenían autonomía suficiente como para llegar a
destino. Pero con el descubrimiento del nuevo sol y el tercer planeta todo
cambió. El sol les proveería la energía necesaria para las naves y el tercer
planeta el alimento: humanos. Amarok era sobreviviente de la conquista Mboek
sobre la tierra. Literalmente la arrasaron y redujeron la vida futura del sol
en mil millones de años.
El público ya
cantaba en las tribunas “¡Zteot! ¡Zteot! ¡Zteot!”. El anfitrión reiteró la
pregunta y cuando Amarok dio la respuesta la tribuna enmudeció.
–Sueño.
La cara del
conductor se desencajó y casi deja caer su tubo de fluidos. Debió apegarse al
protocolo y continuar con el programa.
–¿Respuesta
final?
La atmosfera
dentro del estudio se cortaba con el movimiento de las conciencias de los
ambaraeiticas. Por eso nadie pensó.
–Respuesta
final…
2
El
gobierno de Ambaraet tuvo que movilizar sus tropas luego de doscientos ciclos
de paz para cumplir con el sueño de un refugiado: reconquistar La Tierra y
reclamarla para… ¿Amarok? Sí, Amarok era el nuevo dueño de La Tierra. La hubiese reclamado para la humanidad, pero la humanidad ya no existía.
Las naves
rugieron cuando penetraron la atmósfera terrestre. Dos guardias mboeks elevaron
sus ojos cuando sintieron abrirse la garganta del cielo. Las naves de Ambaraet
iniciaron la descarga de rayos sobre la superficie del planeta. Allí dónde los
sensores detectaban movimiento las naves disparaban. Se corría el riesgo de
aniquilar, de este modo, a la fauna sobreviviente, incluidos los humanos, pero
el General a cargo quería terminar con la operación lo antes posible. Cuando el
General consideró que las condiciones para el descenso eran oportunas, ordenó
el aterrizaje. El rápido despliegue de infantería exterminó los últimos focos
de resistencia Mboek.
–Entablamos
conexión con el tercer planeta. Aquí Ambaraet ¿me escuchan?
–Te escuchamos,
Pliguers –contestó el movilero que había cubierto en vivo y en directo la
reconquista de la Tierra–. Amarok ya está en posesión de su planeta. Ya obtuvo
su premio.
Las tribunas,
que habían seguido la transmisión en vivo, estallaron al grito de “¡Sueño!
¡Sueño! ¡Sueño!”
Los soldados
dejaron a Amarok en la Bahía de San Francisco, en el muelle donde había
solicitado quedarse. El General Sgorl lo saludo de forma marcial. El movilero
le dio una brizna de recuerdos y las naves se perdieron en el cielo rojizo.
Amarok contemplo
la ciudad en ruinas. Quiso llorar, pero no sabía cómo hacerlo. Atravesó el
asfaltó agrietado de El Embarcadero y se puso en marcha hacia el oeste a través
de Washington Street. Contempló los árboles muertos del Sue Bierman Park con
sus brazos calcinados estirados al cielo y sus bocas abiertas pidiendo
clemencia. Atravesó el distrito financiero y se encaminó hacia su antiguo
hogar. En el camino se cruzó con una vieja tienda Hitachi y se le estrujó la
memoria. Atravesó la calle y se paró frente la vidriera inexistente rememorando
viejos tiempos. Allí estuvo parado él, viendo como transcurría la vida de la
cuidad durante dos años. Fueron dos largos años hasta el día en que llegaron el
señor y la señora Simmons y decidieron comprarlo. Volteó la cabeza y vio que estaba anocheciendo. Retomó
la marcha y, cuando las penumbras de la noche comenzaban a consumirlo todo,
llegó. La casa de los Simmons, su hogar, estaba intacto. Todo el barrio estaba
intacto. A las zonas residenciales las habían atacado con radiación ionizante.
Amarok atravesó el jardín de extrañas plantas fluorescentes (no las recordaba,
habían crecido tras la radiación). Entró en la casa. Subió las escaleras y
buscó el último cuarto. Entró. En la cama dormían su sueño eterno los
esqueletos del señor y la señora Simmos. Amarok se subió a la cama. Se recostó
entre sus antiguos dueños. Los tomó de la mano. Quiso llorar, pero no pudo. No
sabía cómo hacerlo. Abrió su compartimento de baterías y las retiró.
En su pantalla líquida se inició la cuenta regresiva empezando en “9… 8…7…”.
Amarok volvió a tomar las manos esqueléticas de sus antiguos dueños. Cerró los
ojos y durmió.
Copyright © 2020 Rogelio Oscar Retuerto
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reservados
Tremendo! Me gusto mucho! Gracias!
ResponderEliminarMuchas gracias por leer. Saludos!
ResponderEliminarGrandiosa, Rogelio. Gracias por dejarme leer tu trabajo.
ResponderEliminarMuchas gracias por la valoración, Miriam.
EliminarMuy lindo
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