Si no leiste la primera parte, podés leerla acá:
SEGUNDA PARTE
4
Bauhaus 97 apoya su mano derecha en la placa de activación y enciende su
consola de juegos. Busca el ícono del Rex Flex, pero el juego ya no figura en
la lista de opciones; lo han retirado del sistema. En su consola aparecen
diecisiete juegos disponibles. Intenta ingresar a cada uno, pero en ninguno
figura el listado de jugadores. DFKai―5 puede estar
conectado en ese preciso momento, pero no tiene manera de saberlo. Golpea la
placa de activación con violencia. Las ondas peristálticas recorren la pantalla
como si fuera un estanque en el que acabaran de arrojar una piedra. Después de
algunos segundos, vuelve a encenderla y se decide a jugar al K Rubí 9, su juego
predilecto antes de conocer el Rex Flex. Selecciona el juego justo cuando la
sala se oscurece. Las luces naranjas del sistema de emergencia se activan. La
consola se apaga por completo, reduciéndose a la placa negra de activación que
descansa sobre la mesa. La luz pestañea varias veces y una procesión de signos
azules y luminosos surca la pantalla:
0978129037664939/….xzpxtyx…78990’’’’0098888020020020020020020020…..
La pantalla emite tres destellos intermitentes de
estática y luego se apaga.
El rostro de Bauhaus 97 se contrae en una maraña de
músculos tensos. Se arroja sobre la cama, mirando las placas metálicas del
techo. El aburrimiento empieza a apoderarse de él, y eso no es bueno. Se sienta
en la cama. No quiere ir al tablero de geometría, pero tampoco desea los
puntazos en la cabeza. Al observar su pulsera, nota que las luces se han
apagado. Se deja caer nuevamente de espaldas sobre la cama, refunfuñando.
Examina en detalle cada centímetro del cielorraso. Las
placas metálicas, separadas por hendiduras de tres o cuatro milímetros, parecen
esconder una luz blanca titilante. Va hasta la sala, trae dos cubos de plástico
y los coloca uno encima del otro para alcanzar el cielorraso. Extiende sus
manos y retira una de las placas metálicas. Al hacerlo, un haz de luz penetra
en la habitación. Descubre que las placas están dispuestas sobre rieles
metálicos sin sujeción. El espacio abierto le permite ingresar al cielorraso.
Intenta erguirse, pero sus brazos no lo resisten. Se agacha sobre el cubo
plástico, salta y se sostiene apoyando el abdomen en uno de los rieles,
formando una «L» con su cuerpo. Ingresa al cielorraso y observa una pared
surcada por láseres rojos. Los rayos de luz parpadean de manera intermitente.
Agachado como un primate, escucha un siseo cada vez que el led destella. Se
queda inmóvil, sumido en un mutismo temporal. El silencio absoluto le permite
escuchar voces detrás de una de las paredes. Se acerca con cuidado, apoyándose en
la pared. Nota un rectángulo de unos veinte centímetros de lado. Retira la tapa
y las voces se intensifican. Dos hombres vestidos de gris, con ropa enteriza y
máscaras del mismo color, exploran las paredes con linternas de leds. Cuando
Bauhaus retira la tapa, la luz del cielorraso los ciega momentáneamente.
Bauhaus 97 se cubre el rostro debido a los leds que lo encandilan, y los
hombres también lo hacen cuando la luz del edificio regresa a su máximo
voltaje. La energía ha vuelto a la ciudad.
El puntazo que se origina en la nuca atraviesa su
cerebro, extendiéndose hacia la frente y las sienes. Sus oídos empiezan a
zumbar mientras retrocede, tomándose la cabeza. Trastabilla en el agujero del
cielorraso y cae de espaldas en la cama, provocando que los cubos plásticos se
desparramen por el suelo. Por un momento, se siente envuelto en una esfera
hermética donde los sonidos no pueden penetrar. También experimenta dificultad
para respirar, quizás a causa del golpe que sufre en la caída. De repente, el
mundo sonoro vuelve a envolverlo. El timbre de su pulsera alcanza un rango
agudo, difícil de soportar. Bauhaus 97 se tapa los oídos y se tambalea hasta el
tablero. Aunque el dolor de cabeza es insoportable, esta vez no llora.
La faceta entusiasta de su espíritu está eufórica. Esa
noche protagoniza dos descubrimientos. Aunque uno no le importa demasiado —el
hecho de que haya gente detrás de las paredes—, el otro se revela como crucial:
durante las fallas de la Red, su pulsera es vulnerable. La mente de Bauhaus 97
divaga mientras clasifica figuras geométricas, casi sin prestar atención. Una
sonrisa se dibuja en su rostro al pensar en un nombre: DFKai―5.
5
El Supervisor Bodoni llama al aerodeslizador más próximo. No tarda más
de veinte segundos en estacionarse en la puerta del edificio de gobierno.
Bodoni lo aborda y se acomoda en el asiento trasero.
―Al Laboratorio
Central de Sistemas ―dice el
Supervisor, y el vehículo se pone en movimiento―.
Intercomunicación con XPL29, por favor ―solicita.
«Comunicación con Laboratorio Central de Sistemas en
proceso» se escucha a través de un pequeño panel.
En la pantalla del aerodeslizador aparece el rostro de
Trebuchet.
―¿Supervisor?
―Buenos días, Trebuchet.
Necesito que realices algunas innovaciones con carácter de urgencia. Tenemos una situación.
―¿Qué clase de
situación, señor Supervisor?
El Supervisor Bodoni se mantiene en silencio. Mira la
pantalla del intercomunicador, donde Trebuchet espera una respuesta. Observa el
sistema de micrófonos del vehículo, el auricular, la cámara que lo está
grabando. El aerodeslizador circunvala la plaza central de la ciudad, un parque
de nueve hectáreas. Al retomar la vía 7, se dedica a observar las cámaras de
seguimiento de la ciudad. Están en las esquinas, en las entradas de los
edificios, en el interior de cada vehículo que pasa; están en todas partes. Al
cruzar la vía 57, nota cómo una de las cámaras de la esquina lo observa, como
si se tratara de un viejo conocido. Bodoni se da vuelta y mira por la luneta
del aerodeslizador. Otra cámara de seguimiento se voltea para observarlo.
―¿Qué clase de
situación, señor?
Bodoni no responde. Siente la vibración en el
intercomunicador de su pulsera. Observa, y allí está Trebuchet intentando
retomar la comunicación. Bodoni apaga el intercomunicador
6
Bauhaus 97 completa la clasificación de su secuencia geométrica. Siente
la necesidad de comunicarse con sus padres, aunque es probable que a estas
horas de la noche estén durmiendo. Se acerca al intercomunicador y lo activa,
deslizando el lector de iris frente a sus ojos. Su intercomunicador, como el de
todos los menores de la ciudad, está programado para mostrar solo tres íconos
holográficos: «Formación e instrucción ciudadana», «Crecimiento saludable» y
«Primer círculo». El «Primer círculo» permite al niño comunicarse con cinco
personas. En el caso de Bauhaus 97, las personas registradas en el sistema
social de La Congregación son sus padres, su abuelo y su tío, Estrangelo 24.
Este último figura como tutor de reemplazo en caso de contingencias extremas.
En realidad, no son sus verdaderos padres. En 58V3M,
los niños desconocen el sistema de reproducción de la ciudad. Al nacer, todos
son separados de sus madres. La concepción ocurre mediante inseminación
artificial. Cada generación selecciona a cinco mil incubadoras (denominación que reciben las mujeres designadas) que
son enviadas al nodo reproductivo al cumplir los dieciséis años. La única
variable de selección es la perfección genética, siendo las más aptas las
elegidas. Las demás mujeres son esterilizadas antes de salir a la ciudad por
primera vez. Los hombres, en cambio, son esterilizados por completo a los dieciséis
años. Las incubadoras son inseminadas con material del banco de esperma de la
ciudad, también producto de una exhaustiva selección genética. Solo se
fertiliza a una incubadora por cada defunción en la ciudad, estabilizando así
la población en un millón de habitantes
Cuando una incubadora
da a luz, el niño es retirado y enviado al Centro de Condicionamiento
Temprano. Al cumplir los cinco años, es confinado en la Sala de Desarrollo Infantil,
que será su hogar hasta cumplir los dieciséis años. En este periodo de once
años, se le asigna la comunicación con un pequeño núcleo social de cinco
individuos. La Red es la encargada de elegir a los más compatibles de entre la
población de la ciudad. El niño los adopta como padres, y los adultos reciben la
noticia con beneplácito y alegría. Los adultos generan un vínculo verdaderamente
familiar con el niño, aunque nunca puedan verlo.
Cuando
la incubadora de Bauhaus 97 era apenas una niña, la Congregación había
instaurado la prohibición de las videoconferencias entre padres y niños. Siete
años antes del nacimiento de Bauhaus 97, el edicto 456/2424 había prohibido los
mensajes de voz. A partir de entonces los niños solo se comunicaban a través
del lenguaje escrito. Desde entonces, cada año que pasó fue envolviendo a la
ciudad en un silencio creciente. Hoja tras hoja, capa tras capa, como si se tratara
de una inmensa cebolla en donde las palabras se fueron perdiendo de a poco, con
el tiempo, hasta llegar a la ciudad que hoy conocemos, en donde impera un
mutismo colectivo.
Bauhaus 97 pertenece a la primera generación de niños
criados y condicionados por máquinas. Ya no existe una selección de padres para
integrar el núcleo social. Los niños se desarrollan comunicándose con
terminales de La Red. Pero no se trata de padres y tutores de reemplazo
virtuales; los robots de patrullaje, los médicos y auxiliares androides, los
androides obreros, instructores, artistas; todos son parte de las máquinas que
pasan a ocupar los lugares vacantes en la célula básica de la sociedad.
El «padre» de Bauhaus 97 es un robot de emplazamiento en
una de las plantas de alimentos sintéticos de la ciudad. Su «madre» es un
androide auxiliar de laboratorio en el Hospital 3. Su «tío», Estrangelo 24, es
un androide patrullero de gendarmería de extramuros. Todos los robots, al
ingresar al núcleo social de un niño, reciben un nombre de usuario en la Red,
aunque sean parte integral de la misma.
Cuando
quedaron excluidos de los núcleos sociales de desarrollo, los adultos de la
ciudad iniciaron una etapa de recuperación de la interacción a través de la
sexualidad. A lo largo de la ciudad, se construyeron salas de interacción
sexual en donde hombres y mujeres podían concurrir en sus horas libres a
practicar una novedosa actividad sumamente placentera con reminiscencia de los
antiguos deportes y costumbres lúdicas.
La Red
estaba procesando y analizando una extraña tendencia. Muchos hombres y mujeres
maduras establecían relaciones con mujeres muy jóvenes, muchas de ellas recién
ingresadas a la juventud ciudadana. Muchos de los ciudadanos de más de cuarenta
años habían sido padres integrantes de núcleos sociales antes de que el edicto
ciudadano lo prohibiera. A diferencia de los más jóvenes, conocían la
paternidad. La Red detectó, en el momento previo y posterior al coito,
respuestas cerebrales idénticas a las registradas en la memoria de la Red
durante las comunicaciones entre padres e hijos en décadas pasadas. Estas
respuestas se reiteraban tanto en las mujeres más jóvenes (respuestas similares
a las de las niñas en desarrollo de décadas pasadas) como en los hombres y
mujeres maduras (en relación con los padres y madres de la misma época). La
mayoría de las relaciones sexuales se establecían entre hombres maduros y
mujeres muy jóvenes y entre mujeres maduras y mujeres muy jóvenes. Los hombres
jóvenes, en cambio, mostraron desde un comienzo una fuerte inclinación por
otros hombres de la misma edad. Aun así, existía un número creciente de
relaciones entre mujeres maduras y hombres jóvenes.
Si bien
la comunicación oral continuaba prohibida, aún en las salas de interacción sexual,
La Red comenzaba a detectar un nuevo tipo de socialización incipiente a través
del sexo. De hecho, las respuestas cerebrales detectadas en Bauhaus 97 durante
su interacción lúdica con DFKai―5, quedaron
registradas en la Red en el mismo rango de frecuencia que los registros de los
momentos pre y post coitales de las salas de interacción sexual.
7
DFKai-5 abre los ojos en la penumbra de su sala. La luz anaranjada de
emergencia tiñe las paredes metálicas de cobre opaco. Lleva despierto varios
minutos, pero no se ha movido. Sabe que la pulsera detecta incluso las
fluctuaciones de su ritmo cardíaco.
El silencio es denso. La Red debería haber reiniciado
ya el ciclo matinal, pero sigue cayendo. DFKai-5 no se atreve a pensar que eso
le agrada, pero en lo más profundo de su mente, algo similar al alivio palpitar
con cada segundo de estática.
Frunce el ceño. Se obliga a recordar la última partida
de Rex Flex 47. El nombre "Bauhaus 97" le viene a la
mente como un eco persistente. No debería recordar los nombres de otros
jugadores. No debería pensar en ellos como personas. La Red se encargó de
enseñarle que cada niño es solo una unidad, una proyección estadística que debe
ser optimizada.
Pero la
Bauhaus 97 jugaba diferente.
No se limitaba a completar los algoritmos como todos
los demás. Rompía los patrones. DFKai-5 lo notó cuando la Bauhaus comenzó a
moverse entre los niveles de una forma errática, como si probara rutas
imposibles. Y lo más inquietante: no parecía jugar para ganar. Parecía estar buscando algo.
El intercomunicador sigue muerto. La estática
chisporrotea débilmente. DFKai-5 sabe que no debe, pero se incorpora despacio.
Mira la pared.
«¿Estará del otro lado?»
El pensamiento le golpea el pecho como una descarga.
La idea es peligrosa, y su pulsera lo sabe. El zumbido agudo empieza a formarse
detrás de su nuca. «No lo hagas».
Pero él lo hace.
Golpea la
pared.
Una vez.
Dos veces.
La tercera, sus nudillos dejan una marca difusa en el
metal. Aguanta la respiración. Por
favor.
Nada.
Un gemido seco se le escapa de la garganta. Se deja
caer sobre la cama y hunde el rostro entre las manos. La estática chisporrotea
de nuevo. Por un momento cree que es su imaginación, hasta que una voz se forma
en la interferencia. Apenas un susurro distorsionado.
¿Estás ahí?
DFKai-5 se congela. La pulsera lanza una vibración
aguda que le perfora las sensaciones. Pero él sonríe.
8
El aerodeslizador se detiene frente al Laboratorio Central de Sistemas.
Bodoni acerca su rostro al lector de iris, y las puertas se abren. Al ingresar
al edificio, se observa en las pantallas que reflejan imágenes captadas por las
cámaras de seguimiento. Se detiene un momento y contempla su rostro de cerca en
una de las pantallas. Avanza unos pasos, y la cámara sigue sus movimientos.
Realiza un paneo general, y una voz modular aflora desde una de las paredes.
―¿Desea ascender en el aerodeslizador vertical o
prefiere esperar en la sala de estar mientras anunciamos su presencia a los
doctores?
―Aerodeslizador ―opta Bodoni, incómodo y lacónico.
Tras un suave zumbido, el aerodeslizador vertical abre
sus puertas frente al Supervisor. Del interior emerge Trebuchet.
―Estaba
preocupado. Nunca tuvimos fallas en los intercomunicadores ―dice el programador.
―No hubo fallas ―susurra Bodoni, acercándose al oído de Trebuchet.
El Supervisor observa cómo una de las pantallas transmite
un primer plano de su rostro. Bodoni se tapa la boca con la mano.
―Haga lo mismo
que yo. Cúbrase.
El Supervisor se cubre la boca con la mano y pregunta:
―¿Cuán sensibles son
los micrófonos de este edificio?
―Muy sensibles.
―¿Y los de la
calle?
―No tanto.
―Salgamos.
El Supervisor y el programador salen a la calle. Un
aerodeslizador XR7 pasa, silencioso, frente a ellos. Es un aerodeslizador para
doce pasajeros. Sus asientos están todos ocupados por hombres y mujeres que
viajan con la mirada fija al frente, inmutables, como si fueran muñecos en una
tienda de vestir. Trebuchet observa cómo el XR7 se pierde en dirección al este.
―El XR7. La última novedad
en transporte terrestre. Fueron fabricados en la planta del sector K9. Es el
primer vehículo diseñado y ensamblado íntegramente por La Red.
―Sobre eso quería hablar con
usted ―dice el Supervisor.
―¿Sobre los
nuevos aerodeslizadores?
―No. Sobre La
Red. Usted me dijo, o mejor dicho, me dio a entender que sospecha sobre el
funcionamiento autónomo de la Red.
Las cámaras de seguimiento ciudadano giran en torno al
Supervisor. En la cámara más cercana, observa el titilar del led que indica la
activación del zoom. El Supervisor se cubre la boca con la mano y se acerca al
oído de Trebuchet.
―¿Existe algún lugar en
donde podamos hablar sin presencia de cámaras y micrófonos? Cúbrase la boca, por favor.
El programador obedece.
―¿Un punto ciego,
dice usted? Existen siete en toda la ciudad. El más cercano está en el parque central, a menos de un
kilómetro de aquí. No son zonas necesarias de controlar. La mitad de ellas son
puntos del parque central donde solo viven aves y pequeños animales. Después de
todo, es la biosfera de conservación de nuestra ciudad. Los otros son sectores
que quedaron fuera del sistema a raíz de daños provocados por la tormenta
solar. Patrullas humanas vigilan esos sectores en este momento. No debe
preocuparse.
―Eso no me preocupa. Vayamos a ver animales. ¿Le molesta caminar?
Continuará...
PRÓXIMA ENTREGA: VIERNES 20 DE JUNIO.
Podés dejar un comentario sobre tu parecer sobre la marcha de la novela.