Solución Final
Por
Rogelio Oscar Retuerto
Copyright © 2015 Rogelio Oscar
Retuerto
El tercer planeta ya casi está ganado. El Exercitus
ab Aethra Siderea Polus Humanity acaba con los últimos focos de resistencia. El
paisaje es desolador. Construcciones incendiadas extienden sus lenguas de fuego
lamiendo pedazos de cielo en resplandores violetas. Las columnas de humo
naranja se elevan para precipitarse luego en una lluvia de cenizas purpureas que
lo van cubriendo todo. Ya casi todo termina. Casi.
Enterrado en el desierto, en las
afueras de la ciudad, el Ébigor espera las condiciones objetivas. Quizás sea
uno de los últimos organismos del tercer planeta en condiciones de levantarse.
De pronto abre sus ojos ¿Dije organismo? Bueno, en parte lo es y en parte no. La
extraña máquina se incorpora mientras las arenas resbalan sobre su cuerpo para
regresar al desierto ¿Dije máquina? En realidad en parte lo es y en parte no.
No le importa poder ser el último en el tercer planeta. No lo conmueve la
postal apocalíptica. Fue diseñado para brindar la solución final.
Los coleópteros scanner descienden
sobre la ciudad en ruinas. Desde la nave nodriza emergen miles de unidades de
transporte que depositarán cientos de miles de invasores sobre una tierra que
no les pertenece, como si la nave nodriza fuese un inmenso moscardón que
infesta de pestilencia la nueva tierra depositando sus huevos sobre un
organismo extraño.
El Ébigor se desentierra por
completo. Su cuerpo metálico resplandece como una moneda de plata en medio del
desierto teñido de aloque.
La nave nodriza sigue pululando sus
parásitos sobre la tierra devastada. El Ébigor activa la única función con la
que cuenta. La cuenta regresiva se enciende en su pantalla líquida. Comienza su
carrera hacia la ciudad.
Las tropas humanas festejan una
nueva conquista en medio de ruinas y olores a muerte. La carne quemada
despierta en las tropas recuerdos gastronómicos propios de otros tiempos. Nadie se cuestiona si el establecimiento de
colonias experimentales en planetas habitados vale la pena un genocidio. Los
invasores detienen su festejo. Una reminiscencia ancestral los envuelve por
completo. Jurarían que aquella tierra les habla. Jurarían entender palabras
susurradas en el viento. Los soldados se perturban.
El Ébigor sigue corriendo. Delante
de él, la ciudad se agiganta. Los hombres esgrimen miembros amputados como
trofeos de guerra. El Ébigor es ahora una estela de fuego que surca el
desierto. Nadie podrá verlo cuando llegue. La pantalla líquida se apaga. Los
ojos visores se encienden como brasas. El Ébigor se pierde en su alocada
carrera hacia la ciudad envuelta en humo y cenizas.
Los fulgores del ocaso envuelven a
la ciudad caída. Pronto, un ocaso mucho mayor la envolverá por completo en
fulgores estelares. Una tormenta de fuego purificador emergerá de entre sus
ruinas para cubrir el planeta entero en cuestión de minutos.
Mientras tanto, otros Ébigor
descansan en la soledad del desierto esperando su turno para despertar.
Aunque nadie recuerde que hace dos
millones de años una raza inteligente debió abandonar esta Tierra y sembrar de
bombas extintoras el desierto del plantea abandonado, aunque nadie comprenda
que cada invasor contiene en su genética la historia milenaria de la raza
exterminada, cuando en millones de años la evolución repita su ciclo cubriendo
de vida por enésima vez a esta tierra, los Ébigors estarán ahí, durmiendo su
sueño eterno, listos para hacer cumplir la profecía de la raza que los creo en
tiempos inmemoriales: el tercer planeta jamás será conquistado.