Los muertos no pagan sus deudasmhm
Recuerdo patente aquel día, jamás pude olvidarlo.
Era la tarde del veintidós de agosto del dos mil uno. Argentina se desangraba
entre la crisis económica y los conflictos sociales. Marta ya había amenazado
dos o tres veces con consumar su acto final. Marta hacía teatro, pero no
hablaba de tablas y puestas en escena. Yo nunca le creí, pensé que era una
artimaña para llamar la atención. Pero aquella tarde pasó.
Copyright © 2014 Rogelio Oscar Retuerto
Llegué a casa
después del laburo, como de costumbre, y Marta no estaba. Sobre la mesa, debajo
de un vaso de vidrio, había dejado un nota: “no aguanto más esta vida, así no puedo
seguir. Partiré a un lugar mejor”. Yo sabía cómo y dónde iba a consumar su último
acto en esta tierra, lo había anticipado varias veces. Agarré el auto y me fui volando a intentar
frenarla. Mientras conducía por la autopista podía imaginarla allá en lo alto
con la mirada perdida, el rostro salpicado por gotas de sudor y esa sonrisa demencial
que solía dibujársele cuando intentaba vengarse de algo.
Cuando llegué ya
era tarde. Marta ya no estaba. Ese fue el final de nuestra vida compartida.
Lloré lo que restó de la tarde, lo que duró la noche y la mitad de la mañana.
Les juró que pensé en seguir sus pasos, pero no pude. Supongo que fui un
cobarde.
Marta partió a
un lugar mejor. Lo hizo despegando sus pies de esta tierra para pisar un mundo
nuevo. Lleva quince años sobreviviendo en España y yo sigo acá: en mi Buenos
Aires querido.
Hace unos años
me envió un mail (en facebook la bloquee. Las primeras publicaciones se las
“reportaba”. Eso me hacía gracia, yo reportando a una inmigrante) Por
aquellos años Europa comenzaba a desmoronarse en el sumidero de la desocupación,
y la sombra del terrorismo se levantaba desde oriente para cubrir con sus alas
el sol de cada mañana. En el mail me pedía que la perdone y me decía que quería
volver. Al leerlo me invadió una profunda alegría. Me apresuré a contestarle.
Mi respuesta fue concisa y contundente:
JODETE.
Desde ese día
vivo mucho más aliviado. Siento que mi respuesta me sacó las telarañas de los
rincones de mi alma y toneladas de peso que llevaba encima.
Este año me
echaron del laburo. Acá también la cosa se está poniendo jodida. “Coletazos de la
crisis mundial” lo llaman. A mí el coletazo me lo dio un dinosaurio. Me puse a
laburar con mi viejo en la panadería. El viejo ya venía a las puteadas: que el
aumento del gas, que el de la luz, que la harina. Llegó un punto en que el
viejo no aguantó más y siguió los pasos de Marta (pero este se fue en serio. No
vuelve más). Ayer nos entregaron el cuerpo en la morgue judicial. Pensamos en
cremarlo, pero bue… no queríamos que parezca una burla del destino: panadero,
el horno, el gas. No. Decidimos darle sepultura.
Y acá estoy,
tirando. La explosión dañó otros dos locales de la cuadra y una casa vecina.
Una de las paredes de la casa se desplomó sobre un pibe que estaba durmiendo. Un
pedazo de mampostería le aplastó el cráneo, pero no murió. Un amigo médico me
dijo que si se salva, vayan buscándole una maceta porque lo que va a salir del
hospital es una planta. Siento que me estoy volviendo loco, lo digo en serio.
Ya nos van a
empezar a llover los juicios. Denles tiempo, nomás. Aunque todo estaba a nombre
de mi viejo y como él siempre decía: “los muertos no pagan sus deudas”.
La casa la
vendimos. No queremos tener nada a nombre de la familia para cuando lleguen los
juicios. Yo me mudé a un pensión de Once.
Este es el
primer mes que no llego a pagar la pensión. Ayer una rata (una o varias, no lo
sé) se encargó de romper la caja en donde guardaba los últimos paquetes de
galletitas, la yerba y la azúcar. Hizo un desastre esa hija de puta. Tuve que
tirar todo.
Hoy no me
levanté. Encima Camila me hizo juicio por alimentos ¿con qué quiere que le
pague? Si no tengo donde caerme muerto. A diferencia de Marta a mí no me
molesta mi país. Estoy acostumbrado al quilombo. Lo que si me molesta son las
deudas. Todo esto me está volviendo loco, lo digo en serio.
Anoche abrí la puertita
del horno para ver si se había escondido la rata. La quería hacer mierda.
Cuando abro la puerta aparece mi viejo; bueno, no entero, sino la cabeza. Estaba
servido en bandeja. Me puse a llorar y le dije:
–Papá, todo esto
me está volviendo loco, lo digo en serio.
El viejo me miró
y me dijo una frase más que sugestiva:
–Los muertos no
pagan sus deudas.
*Ilustración de Luiso Garcia.