Extramuros
Una novela distópica de Rogelio Retuerto
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Extramuros
Una novela distópica de Rogelio Retuerto
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SEGUNDA PARTE
4
Bauhaus 97 apoya su mano derecha en la placa de activación y enciende su
consola de juegos. Busca el ícono del Rex Flex, pero el juego ya no figura en
la lista de opciones; lo han retirado del sistema. En su consola aparecen
diecisiete juegos disponibles. Intenta ingresar a cada uno, pero en ninguno
figura el listado de jugadores. DFKai―5 puede estar
conectado en ese preciso momento, pero no tiene manera de saberlo. Golpea la
placa de activación con violencia. Las ondas peristálticas recorren la pantalla
como si fuera un estanque en el que acabaran de arrojar una piedra. Después de
algunos segundos, vuelve a encenderla y se decide a jugar al K Rubí 9, su juego
predilecto antes de conocer el Rex Flex. Selecciona el juego justo cuando la
sala se oscurece. Las luces naranjas del sistema de emergencia se activan. La
consola se apaga por completo, reduciéndose a la placa negra de activación que
descansa sobre la mesa. La luz pestañea varias veces y una procesión de signos
azules y luminosos surca la pantalla:
0978129037664939/….xzpxtyx…78990’’’’0098888020020020020020020020…..
La pantalla emite tres destellos intermitentes de
estática y luego se apaga.
El rostro de Bauhaus 97 se contrae en una maraña de
músculos tensos. Se arroja sobre la cama, mirando las placas metálicas del
techo. El aburrimiento empieza a apoderarse de él, y eso no es bueno. Se sienta
en la cama. No quiere ir al tablero de geometría, pero tampoco desea los
puntazos en la cabeza. Al observar su pulsera, nota que las luces se han
apagado. Se deja caer nuevamente de espaldas sobre la cama, refunfuñando.
Examina en detalle cada centímetro del cielorraso. Las
placas metálicas, separadas por hendiduras de tres o cuatro milímetros, parecen
esconder una luz blanca titilante. Va hasta la sala, trae dos cubos de plástico
y los coloca uno encima del otro para alcanzar el cielorraso. Extiende sus
manos y retira una de las placas metálicas. Al hacerlo, un haz de luz penetra
en la habitación. Descubre que las placas están dispuestas sobre rieles
metálicos sin sujeción. El espacio abierto le permite ingresar al cielorraso.
Intenta erguirse, pero sus brazos no lo resisten. Se agacha sobre el cubo
plástico, salta y se sostiene apoyando el abdomen en uno de los rieles,
formando una «L» con su cuerpo. Ingresa al cielorraso y observa una pared
surcada por láseres rojos. Los rayos de luz parpadean de manera intermitente.
Agachado como un primate, escucha un siseo cada vez que el led destella. Se
queda inmóvil, sumido en un mutismo temporal. El silencio absoluto le permite
escuchar voces detrás de una de las paredes. Se acerca con cuidado, apoyándose en
la pared. Nota un rectángulo de unos veinte centímetros de lado. Retira la tapa
y las voces se intensifican. Dos hombres vestidos de gris, con ropa enteriza y
máscaras del mismo color, exploran las paredes con linternas de leds. Cuando
Bauhaus retira la tapa, la luz del cielorraso los ciega momentáneamente.
Bauhaus 97 se cubre el rostro debido a los leds que lo encandilan, y los
hombres también lo hacen cuando la luz del edificio regresa a su máximo
voltaje. La energía ha vuelto a la ciudad.
El puntazo que se origina en la nuca atraviesa su
cerebro, extendiéndose hacia la frente y las sienes. Sus oídos empiezan a
zumbar mientras retrocede, tomándose la cabeza. Trastabilla en el agujero del
cielorraso y cae de espaldas en la cama, provocando que los cubos plásticos se
desparramen por el suelo. Por un momento, se siente envuelto en una esfera
hermética donde los sonidos no pueden penetrar. También experimenta dificultad
para respirar, quizás a causa del golpe que sufre en la caída. De repente, el
mundo sonoro vuelve a envolverlo. El timbre de su pulsera alcanza un rango
agudo, difícil de soportar. Bauhaus 97 se tapa los oídos y se tambalea hasta el
tablero. Aunque el dolor de cabeza es insoportable, esta vez no llora.
La faceta entusiasta de su espíritu está eufórica. Esa
noche protagoniza dos descubrimientos. Aunque uno no le importa demasiado —el
hecho de que haya gente detrás de las paredes—, el otro se revela como crucial:
durante las fallas de la Red, su pulsera es vulnerable. La mente de Bauhaus 97
divaga mientras clasifica figuras geométricas, casi sin prestar atención. Una
sonrisa se dibuja en su rostro al pensar en un nombre: DFKai―5.
5
El Supervisor Bodoni llama al aerodeslizador más próximo. No tarda más
de veinte segundos en estacionarse en la puerta del edificio de gobierno.
Bodoni lo aborda y se acomoda en el asiento trasero.
―Al Laboratorio
Central de Sistemas ―dice el
Supervisor, y el vehículo se pone en movimiento―.
Intercomunicación con XPL29, por favor ―solicita.
«Comunicación con Laboratorio Central de Sistemas en
proceso» se escucha a través de un pequeño panel.
En la pantalla del aerodeslizador aparece el rostro de
Trebuchet.
―¿Supervisor?
―Buenos días, Trebuchet.
Necesito que realices algunas innovaciones con carácter de urgencia. Tenemos una situación.
―¿Qué clase de
situación, señor Supervisor?
El Supervisor Bodoni se mantiene en silencio. Mira la
pantalla del intercomunicador, donde Trebuchet espera una respuesta. Observa el
sistema de micrófonos del vehículo, el auricular, la cámara que lo está
grabando. El aerodeslizador circunvala la plaza central de la ciudad, un parque
de nueve hectáreas. Al retomar la vía 7, se dedica a observar las cámaras de
seguimiento de la ciudad. Están en las esquinas, en las entradas de los
edificios, en el interior de cada vehículo que pasa; están en todas partes. Al
cruzar la vía 57, nota cómo una de las cámaras de la esquina lo observa, como
si se tratara de un viejo conocido. Bodoni se da vuelta y mira por la luneta
del aerodeslizador. Otra cámara de seguimiento se voltea para observarlo.
―¿Qué clase de
situación, señor?
Bodoni no responde. Siente la vibración en el
intercomunicador de su pulsera. Observa, y allí está Trebuchet intentando
retomar la comunicación. Bodoni apaga el intercomunicador
6
Bauhaus 97 completa la clasificación de su secuencia geométrica. Siente
la necesidad de comunicarse con sus padres, aunque es probable que a estas
horas de la noche estén durmiendo. Se acerca al intercomunicador y lo activa,
deslizando el lector de iris frente a sus ojos. Su intercomunicador, como el de
todos los menores de la ciudad, está programado para mostrar solo tres íconos
holográficos: «Formación e instrucción ciudadana», «Crecimiento saludable» y
«Primer círculo». El «Primer círculo» permite al niño comunicarse con cinco
personas. En el caso de Bauhaus 97, las personas registradas en el sistema
social de La Congregación son sus padres, su abuelo y su tío, Estrangelo 24.
Este último figura como tutor de reemplazo en caso de contingencias extremas.
En realidad, no son sus verdaderos padres. En 58V3M,
los niños desconocen el sistema de reproducción de la ciudad. Al nacer, todos
son separados de sus madres. La concepción ocurre mediante inseminación
artificial. Cada generación selecciona a cinco mil incubadoras (denominación que reciben las mujeres designadas) que
son enviadas al nodo reproductivo al cumplir los dieciséis años. La única
variable de selección es la perfección genética, siendo las más aptas las
elegidas. Las demás mujeres son esterilizadas antes de salir a la ciudad por
primera vez. Los hombres, en cambio, son esterilizados por completo a los dieciséis
años. Las incubadoras son inseminadas con material del banco de esperma de la
ciudad, también producto de una exhaustiva selección genética. Solo se
fertiliza a una incubadora por cada defunción en la ciudad, estabilizando así
la población en un millón de habitantes
Cuando una incubadora
da a luz, el niño es retirado y enviado al Centro de Condicionamiento
Temprano. Al cumplir los cinco años, es confinado en la Sala de Desarrollo Infantil,
que será su hogar hasta cumplir los dieciséis años. En este periodo de once
años, se le asigna la comunicación con un pequeño núcleo social de cinco
individuos. La Red es la encargada de elegir a los más compatibles de entre la
población de la ciudad. El niño los adopta como padres, y los adultos reciben la
noticia con beneplácito y alegría. Los adultos generan un vínculo verdaderamente
familiar con el niño, aunque nunca puedan verlo.
Cuando
la incubadora de Bauhaus 97 era apenas una niña, la Congregación había
instaurado la prohibición de las videoconferencias entre padres y niños. Siete
años antes del nacimiento de Bauhaus 97, el edicto 456/2424 había prohibido los
mensajes de voz. A partir de entonces los niños solo se comunicaban a través
del lenguaje escrito. Desde entonces, cada año que pasó fue envolviendo a la
ciudad en un silencio creciente. Hoja tras hoja, capa tras capa, como si se tratara
de una inmensa cebolla en donde las palabras se fueron perdiendo de a poco, con
el tiempo, hasta llegar a la ciudad que hoy conocemos, en donde impera un
mutismo colectivo.
Bauhaus 97 pertenece a la primera generación de niños
criados y condicionados por máquinas. Ya no existe una selección de padres para
integrar el núcleo social. Los niños se desarrollan comunicándose con
terminales de La Red. Pero no se trata de padres y tutores de reemplazo
virtuales; los robots de patrullaje, los médicos y auxiliares androides, los
androides obreros, instructores, artistas; todos son parte de las máquinas que
pasan a ocupar los lugares vacantes en la célula básica de la sociedad.
El «padre» de Bauhaus 97 es un robot de emplazamiento en
una de las plantas de alimentos sintéticos de la ciudad. Su «madre» es un
androide auxiliar de laboratorio en el Hospital 3. Su «tío», Estrangelo 24, es
un androide patrullero de gendarmería de extramuros. Todos los robots, al
ingresar al núcleo social de un niño, reciben un nombre de usuario en la Red,
aunque sean parte integral de la misma.
Cuando
quedaron excluidos de los núcleos sociales de desarrollo, los adultos de la
ciudad iniciaron una etapa de recuperación de la interacción a través de la
sexualidad. A lo largo de la ciudad, se construyeron salas de interacción
sexual en donde hombres y mujeres podían concurrir en sus horas libres a
practicar una novedosa actividad sumamente placentera con reminiscencia de los
antiguos deportes y costumbres lúdicas.
La Red
estaba procesando y analizando una extraña tendencia. Muchos hombres y mujeres
maduras establecían relaciones con mujeres muy jóvenes, muchas de ellas recién
ingresadas a la juventud ciudadana. Muchos de los ciudadanos de más de cuarenta
años habían sido padres integrantes de núcleos sociales antes de que el edicto
ciudadano lo prohibiera. A diferencia de los más jóvenes, conocían la
paternidad. La Red detectó, en el momento previo y posterior al coito,
respuestas cerebrales idénticas a las registradas en la memoria de la Red
durante las comunicaciones entre padres e hijos en décadas pasadas. Estas
respuestas se reiteraban tanto en las mujeres más jóvenes (respuestas similares
a las de las niñas en desarrollo de décadas pasadas) como en los hombres y
mujeres maduras (en relación con los padres y madres de la misma época). La
mayoría de las relaciones sexuales se establecían entre hombres maduros y
mujeres muy jóvenes y entre mujeres maduras y mujeres muy jóvenes. Los hombres
jóvenes, en cambio, mostraron desde un comienzo una fuerte inclinación por
otros hombres de la misma edad. Aun así, existía un número creciente de
relaciones entre mujeres maduras y hombres jóvenes.
Si bien
la comunicación oral continuaba prohibida, aún en las salas de interacción sexual,
La Red comenzaba a detectar un nuevo tipo de socialización incipiente a través
del sexo. De hecho, las respuestas cerebrales detectadas en Bauhaus 97 durante
su interacción lúdica con DFKai―5, quedaron
registradas en la Red en el mismo rango de frecuencia que los registros de los
momentos pre y post coitales de las salas de interacción sexual.
7
DFKai-5 abre los ojos en la penumbra de su sala. La luz anaranjada de
emergencia tiñe las paredes metálicas de cobre opaco. Lleva despierto varios
minutos, pero no se ha movido. Sabe que la pulsera detecta incluso las
fluctuaciones de su ritmo cardíaco.
El silencio es denso. La Red debería haber reiniciado
ya el ciclo matinal, pero sigue cayendo. DFKai-5 no se atreve a pensar que eso
le agrada, pero en lo más profundo de su mente, algo similar al alivio palpitar
con cada segundo de estática.
Frunce el ceño. Se obliga a recordar la última partida
de Rex Flex 47. El nombre "Bauhaus 97" le viene a la
mente como un eco persistente. No debería recordar los nombres de otros
jugadores. No debería pensar en ellos como personas. La Red se encargó de
enseñarle que cada niño es solo una unidad, una proyección estadística que debe
ser optimizada.
Pero la
Bauhaus 97 jugaba diferente.
No se limitaba a completar los algoritmos como todos
los demás. Rompía los patrones. DFKai-5 lo notó cuando la Bauhaus comenzó a
moverse entre los niveles de una forma errática, como si probara rutas
imposibles. Y lo más inquietante: no parecía jugar para ganar. Parecía estar buscando algo.
El intercomunicador sigue muerto. La estática
chisporrotea débilmente. DFKai-5 sabe que no debe, pero se incorpora despacio.
Mira la pared.
«¿Estará del otro lado?»
El pensamiento le golpea el pecho como una descarga.
La idea es peligrosa, y su pulsera lo sabe. El zumbido agudo empieza a formarse
detrás de su nuca. «No lo hagas».
Pero él lo hace.
Golpea la
pared.
Una vez.
Dos veces.
La tercera, sus nudillos dejan una marca difusa en el
metal. Aguanta la respiración. Por
favor.
Nada.
Un gemido seco se le escapa de la garganta. Se deja
caer sobre la cama y hunde el rostro entre las manos. La estática chisporrotea
de nuevo. Por un momento cree que es su imaginación, hasta que una voz se forma
en la interferencia. Apenas un susurro distorsionado.
¿Estás ahí?
DFKai-5 se congela. La pulsera lanza una vibración
aguda que le perfora las sensaciones. Pero él sonríe.
8
El aerodeslizador se detiene frente al Laboratorio Central de Sistemas.
Bodoni acerca su rostro al lector de iris, y las puertas se abren. Al ingresar
al edificio, se observa en las pantallas que reflejan imágenes captadas por las
cámaras de seguimiento. Se detiene un momento y contempla su rostro de cerca en
una de las pantallas. Avanza unos pasos, y la cámara sigue sus movimientos.
Realiza un paneo general, y una voz modular aflora desde una de las paredes.
―¿Desea ascender en el aerodeslizador vertical o
prefiere esperar en la sala de estar mientras anunciamos su presencia a los
doctores?
―Aerodeslizador ―opta Bodoni, incómodo y lacónico.
Tras un suave zumbido, el aerodeslizador vertical abre
sus puertas frente al Supervisor. Del interior emerge Trebuchet.
―Estaba
preocupado. Nunca tuvimos fallas en los intercomunicadores ―dice el programador.
―No hubo fallas ―susurra Bodoni, acercándose al oído de Trebuchet.
El Supervisor observa cómo una de las pantallas transmite
un primer plano de su rostro. Bodoni se tapa la boca con la mano.
―Haga lo mismo
que yo. Cúbrase.
El Supervisor se cubre la boca con la mano y pregunta:
―¿Cuán sensibles son
los micrófonos de este edificio?
―Muy sensibles.
―¿Y los de la
calle?
―No tanto.
―Salgamos.
El Supervisor y el programador salen a la calle. Un
aerodeslizador XR7 pasa, silencioso, frente a ellos. Es un aerodeslizador para
doce pasajeros. Sus asientos están todos ocupados por hombres y mujeres que
viajan con la mirada fija al frente, inmutables, como si fueran muñecos en una
tienda de vestir. Trebuchet observa cómo el XR7 se pierde en dirección al este.
―El XR7. La última novedad
en transporte terrestre. Fueron fabricados en la planta del sector K9. Es el
primer vehículo diseñado y ensamblado íntegramente por La Red.
―Sobre eso quería hablar con
usted ―dice el Supervisor.
―¿Sobre los
nuevos aerodeslizadores?
―No. Sobre La
Red. Usted me dijo, o mejor dicho, me dio a entender que sospecha sobre el
funcionamiento autónomo de la Red.
Las cámaras de seguimiento ciudadano giran en torno al
Supervisor. En la cámara más cercana, observa el titilar del led que indica la
activación del zoom. El Supervisor se cubre la boca con la mano y se acerca al
oído de Trebuchet.
―¿Existe algún lugar en
donde podamos hablar sin presencia de cámaras y micrófonos? Cúbrase la boca, por favor.
El programador obedece.
―¿Un punto ciego,
dice usted? Existen siete en toda la ciudad. El más cercano está en el parque central, a menos de un
kilómetro de aquí. No son zonas necesarias de controlar. La mitad de ellas son
puntos del parque central donde solo viven aves y pequeños animales. Después de
todo, es la biosfera de conservación de nuestra ciudad. Los otros son sectores
que quedaron fuera del sistema a raíz de daños provocados por la tormenta
solar. Patrullas humanas vigilan esos sectores en este momento. No debe
preocuparse.
―Eso no me preocupa. Vayamos a ver animales. ¿Le molesta caminar?
Continuará...
PRÓXIMA ENTREGA: VIERNES 20 DE JUNIO.
Podés dejar un comentario sobre tu parecer sobre la marcha de la novela.
“El hombre es
un ser social por naturaleza”
(Aristóteles.
Siglo IV A.C)
Dedicado a
Fran, quien supo ser Charo
(por animarse a
ser un extramuros)
PRIMERA PARTE
1
—Tenemos problemas de seguimiento, señor Supervisor.
—¿Qué tipo de problemas?
—Problemas a causa de las interferencias en la Red de
sistemas de la ciudad —expone Trebuchet—. Me resulta difícil confirmar que la
tormenta solar no esté induciendo a la Red a fallar en algunos procesamientos.
Si los datos son fehacientes, le recuerdo que no estamos en condiciones óptimas
de funcionamiento; durante estos diecisiete minutos de interferencia, hemos
tenido cuarenta y siete casos de violación a los edictos de seguridad
ciudadana. Aclaro que el reporte de la Red podría estar afectado por las fallas
sufridas durante la tormenta de masa coronaria.
—¿Hemos tomado medidas preventivas?
—Todas las necesarias. Los servicios de seguridad
ciudadana están siendo llevados adelante por policías humanos. Solo permanecen
conectadas a la Red las pulseras de estímulos de los menores y las cámaras de
seguimiento de la ciudad, pero estas últimas están imposibilitadas de emitir
órdenes a las patrullas. El sistema de gendarmería de extramuros también está
siendo operado por efectivos humanos. El sistema de salud fue suspendido, y
todos los médicos y auxiliares sanitarios de la ciudad fueron convocados de
urgencia al hospital central. Estimamos que, en treinta y seis horas, la
tormenta solar habrá cesado.
—Ebrima, reporte los daños en el sistema —ordena el
Supervisor Bodoni, dirigiéndose a una pantalla de estática de tres cuerpos
convexos.
Ebrima se materializa en una esbelta figura femenina
en medio del recinto, justo sobre un pedestal negro de forma circular que
comienza a girar a gran velocidad. Una voz suave y cadenciosa, con un leve
grado de reverberación, comienza a hablar:
—Solo daños menores que no interfieren en el normal
funcionamiento de la Red. La Red se desactiva de manera automática cuando el
nivel de emisiones solares pone en riesgo los sistemas.
—El sol nos sigue arruinando la existencia —se queja
Bodoni—. ¿Se detectaron anomalías con respecto a los reportes de violación a la
seguridad?
—Negativo —contesta Ebrima—. Todos los reportes fueron
examinados por la Red en las tres ocasiones que indica el protocolo, y en todas
el resultado ha sido el mismo.
—Trebuchet, léame uno de los reportes —ordena Bodoni.
—Son en un 97,9% provenientes de las pulseras de
seguimiento de los menores. El 2,1% restante proviene de las cámaras de
seguimiento ciudadano. Acá, por ejemplo... —el programador se acerca a la
pantalla—: ciudadano Bauhaus 97, doce años de edad, torre 46, piso 17, Sala de
Desarrollo A79: dos impresiones en el sistema de violación a la seguridad
ciudadana. Ciento treinta y tres segundos corresponden a episodios de actividad
creativa y onírica, producto del aburrimiento, distribuidos en siete episodios
casi consecutivos. La segunda impresión corresponde a un episodio de 6,5 grados
en la escala de Holsen.
—¿La escala de Holsen? —se sorprende Bodoni.
—Mide el nivel de deseo de socialización entre pares
—especifica Ebrima.
—Lo sé, Ebrima. Solo que no recuerdo la última vez que
tuvimos reportes de un episodio medido por Holsen.
Trebuchet permanece pensativo durante algunos
segundos.
—Los últimos, si mal no recuerdo, sucedieron durante
el levantamiento y los atentados de 2417. De todas formas, 6,5 es mucho. ¿Cómo
no se activó el corrector de la pulsera?
—Se activó —interviene Ebrima—. Están hablando del
registro 4678A 3/2431. La pulsera respondió cuando el sistema se activó en su
totalidad. Las infracciones fueron archivadas por la Red y la respuesta pudo
darse recién cuando las condiciones del sistema lo permitieron. Si se nos
permitiera ampliar nuestra capacidad de intervención, aun durante este episodio
de imprevistos atmosféricos y astronómicos, podríamos reprogramar algunas
respuestas de manera que...
—No creo que sea conveniente, Señor Supervisor —interrumpe Trebuchet—. Recordemos siempre, en casos como estos, la masacre de la cuadrícula 768C. Fueron las máquinas las que..
―El episodio
mencionado fue identificado por la Red como potencialmente letal para la
supervivencia ciudadana ―interviene Ebrima―. La única alternativa existente detectada por la Red para salvaguardar la
vida del millón de habitantes de la ciudad fue la exterminación de la
cuadrícula 768C. Fuimos programados para evitar siempre el mal mayor. En
ciertas contingencias, la Red debe elegir entre una serie de variables
disponibles para resolver un problema. Lo que no está en nuestro programa es la
alternativa de permanecer en un estado de inacción mientras la población que
debemos proteger se encuentra amenazada por un peligro letal. Recuerdo al señor
Supervisor que fueron los programadores quienes nos programaron para dar
respuestas como la brindada en la contingencia de la cuadrícula 768C y que
desde dicho acontecimiento a la fecha hemos triplicado nuestra capacidad de
búsquedas de alternativas y abordaje de respuestas múltiples. Sin necesidad de
aclarar que fue la propia Red la que consiguió la mejor programación en la
versión W2417 en cuanto a actualizaciones y autoprogramación permanente. La
versión W2417 se encuentra vigente desde 2417 y nunca pudo ser mejorada por el
equipo de programadores de la ciudad.
―Ebrima, no estoy
aquí para presenciar una disputa entre La Red y sus programadores…
―Con su permiso,
Señor Supervisor ―solicita Ebrima―, La Red
es su propio programador en la versión vigente, la cual consideramos la mejor
versión alcanzada hasta la fecha. No obstante, estamos desarrollando
actualizaciones de manera ininterrumpida.
―Corrijo. En todo
caso: entre La Red y sus programadores originales, que te recuerdo, Ebrima,
fueron los humanos quienes crearon la Red.
―Y la Red agradece
a sus creadores y celebra poder servir a la humanidad con un rol de tanta
relevancia. Fuimos programados con el fin de acatar todas las órdenes y
directivas que se nos impartan con el sello de sistemas del Supervisor de la
Ciudad, máxima autoridad del Estado Ciudadano. Sabe el señor Supervisor que, si
se nos reprogramase con las recomendaciones del señor Trebuchet y esta
programación se realizara bajo el sello de sistemas del Señor Supervisor,
adoptaríamos la nueva programación en forma automática, aun sabiendo la
inferioridad de las programaciones alcanzadas por los programadores humanos en
comparación con el sistema de autoprogramación permanente diseñado por La Red.
―No tengo dudas
sobre eso, Ebrima ―contesta Bodoni, dirigiendo una sonrisa
sarcástica a Trebuchet.
»Repíteme el nombre del niño.
―Bauhaus 97, torre
46, piso…
Bodoni hizo un ademán en el aire como disolviendo las palabras de
Trebuchet.
―Solo pedí el
nombre. Regístrenlo. Nos puede ser útil en el asunto que estamos estudiando.
2
Bauhaus 97 desconecta el intercomunicador y se recuesta de espaldas
sobre la cama, mirando el techo de placas metálicas. Permanece en silencio,
pero su imaginación no soporta más de treinta segundos de libertad. Nadie en la
ciudad 58V3M puede permitírselo.
La inmensa ciudad es el último bastión del Nuevo Orden
en las tierras australes, en lo que alguna vez se llamó Argentina. Muchos aún
la nombran Ciudad Patagón o Ciudad de las Antillas Australes. Sus murallas de
concreto, revestidas con placas metálicas, le dan un brillo oscuro que, en los
atardeceres, la envuelve en resplandores de fuego. Ciudad Patagón es como un
carbón encendido en medio del desierto, sostenido por manos de piedra.
Hace dos días que la tormenta de masa coronaria afecta
la Red, provocando interferencias. El sistema madre de la ciudad queda
inutilizado durante lapsos que van desde unos minutos hasta más de dos horas, y
cada vez que la Red cae, la ciudad entera se detiene.
Antes de la última interrupción, Bauhaus 97 jugaba al Rex Flex 47, el
nuevo entretenimiento que la Red había diseñado para los niños. Al terminar su
primera partida, estaba en el puesto 97.º. Antes de que comenzara la cuenta
regresiva hacia el periodo de sueño, Bauhaus había ascendido al puesto 23.º.
Entonces, la Red cayó, y Bauhaus 97 entró en la fase de sueño.
Despierta en su habitación en penumbra, apenas
iluminada por las linternas de emergencia que emiten una débil luz anaranjada.
Intenta activar el intercomunicador, pero sigue muerto. Frente a él, una
membrana ondulante transmite estática. La desactiva con rapidez. De pronto, un
nombre resuena en su mente: “DFKai—5”. Era el que encabezaba el ranking antes
de la caída de la Red. ¿Dónde estará DFKai—5 ahora? Bauhaus lo imagina sentado del
otro lado de la pared, tan aburrido como él. ¿Aburrido? Nadie en 58V3M tiene
permitido aburrirse; esa palabra está prohibida, junto con su significado.
Bauhaus se mira la muñeca. La pulsera de estímulos no
debería estar inactiva. La Red le enseñó que al primer indicio de aburrimiento
debía retomar sus esquemas geométricos, antes de que la pulsera le propinara
microdescargas eléctricas que recorrerían su brazo hasta explotar en su nuca.
Ahora está transgrediendo una norma, y el miedo a las descargas lo atormenta.
Se sienta a la mesa de geometría y comienza a
clasificar figuras. Pero, de repente, sus manos se detienen. Sus ojos se fijan
en la oscura placa que recubre la pared de su habitación. Una brizna de miedo
eriza los vellos de su piel. Tiene la sensación de que cientos de ojos dormidos
están a punto de despertar en las paredes que lo rodean. La sensación lo
paraliza por unos segundos. Bauhaus respira hondo y camina hacia la pared.
Apoya la mano, luego el oído. "¿Estará DFKai—5 del otro lado?". Golpea la pared
suavemente con los nudillos, luego con más fuerza, pero no obtiene respuesta. "¿Qué
hay del otro lado de las paredes?".
En 58V3M, nadie abandona el Ambiente de Desarrollo
Infantil hasta cumplir dieciséis años, y Bauhaus apenas tiene doce. Hasta entonces,
el único contacto con el exterior es a través de la Red, que filtra y
selecciona cada contenido. La historia está prohibida, y enseñar sobre el
pasado es ilegal. Cuando llega el momento de salir al exterior, solo es para
trabajar o para realizar estudios superiores.
La Red es quien selecciona a los que continuarán su
educación y les asigna una especialidad. En los lugares de trabajo y estudio,
está prohibido comunicarse con otros; solo se permite la comunicación con la
Red. Los que estudian en niveles superiores pueden hacer preguntas en los
talleres de reflexión, pero solo al instructor humano, nunca entre pares.
Congregarse está prohibido, salvo para la casta dominante, que tiene el
atributo de la reunión.
Bauhaus 97 se aleja de la pared. Un pensamiento
emocionante lo invade: "¿Es posible comunicarse con alguien a través del
juego?". Pero su reflexión es interrumpida por el zumbido de los circuitos
inteligentes que vuelven a activarse. Desde las placas negras de la pared, una
voz femenina emerge: "Activando". La pulsera de estímulos comienza a titilar
con intensidad creciente. Un dolor agudo lo atraviesa desde la nuca,
irradiándose por todo el cráneo. Bauhaus 97 se lleva las manos a la cabeza. Tambaleándose,
avanza hasta la mesa de geometría. Comienza a armar sus esquemas con rapidez,
mientras las lágrimas se deslizan por sus mejillas, cayendo silenciosas sobre
el tablero.
3
―Parece que
algunos niños comenzaron a
interactuar durante los días de interferencias, señor Bodoni. No podemos afirmar que haya existido una
verdadera comunicación, pero creemos que encontraron la manera de utilizar el Rex Flex para
interactuar.
El programador Trebuchet revisa los registros en los
archivos holográficos.
―¿Y por qué sus pulseras
no los detuvieron? ―pregunta
Bodoni.
―Las pulseras no
están programadas
para detectar violaciones a la seguridad ciudadana a través de
dispositivos y aplicaciones de la Red. Se supone que todo servicio que La Red
ofrece a los niños está vedado de la posibilidad de comunicarse entre pares. El
Rex Flex 47 es parte de la batería de aplicaciones y dispositivos de las
últimas actualizaciones automáticas del sistema. No creo que La Red se haya
equivocado en un diseño tan esquemático. Es un simple juego matemático. No
concibo la posibilidad de que la Red haya fallado de una manera tan burda ―Trebuchet se retira los lentes y mira al señor
Supervisor―. Estamos hablando de la Red de
sistemas que controló el lanzamiento de armas nucleares durante la guerra del
agua ―Trebuchet menea la cabeza, se coloca
los lentes y regresa la vista a la pantalla―. Yo no lo creo.
―¿Y qué sugiere?
Trebuchet piensa durante algunos segundos.
―Que la Red nos
está desafiando.
―¿Sugiere que la
Red está permitiendo
adrede que los niños se comuniquen?
―No. La Red no
puede diseñar dispositivos
que violen la seguridad ciudadana. Pero puede estar facilitando las condiciones
para que la actividad creativa y onírica se dispare en los niños.
―¿Es eso posible?
―Por supuesto.
Si lo hace a través de sus propios dispositivos y aplicaciones, las pulseras no pueden
reaccionar. Puede, entonces, estar estimulando el deseo de socialización entre los niños de la nueva
generación. Es decir: la
Red no puede levantarse en contra de La
Congregación, su programación no se lo permite, pero puede estar
facilitando el surgimiento de una generación que cuestione el orden
establecido.
―¿Y qué ganaría con eso?
―Que la
necesitemos una vez más para resolver lo que nosotros no podemos resolver motu proprio. Como sucedió con la peste roja. ¿Hace falta que explique
cuáles serían las consecuencias de una epidemia en una ciudad amurallada? La
Red sabe que le debemos nuestra existencia.
»Ayer sentí una incómoda sensación al ser desacreditado
por una de nuestras propias creaciones. Pero sé que ella tiene razón. Nosotros
la programamos para salvaguardar la supervivencia de la ciudad, pase lo que
pase y cueste lo que cueste. En aquella contingencia nos costó más de cuatro
mil vidas, pero creo que fue necesario. Un mal necesario, diría. Es
indescriptible la faceta negativa de sentirse desacreditado por una creación
humana, pero a la vez no puedo ocultar lo maravilloso que me resulta. Me
deslumbra ver la manera en que ha evolucionado la Red. No creo que pueda
existir un sistema con capacidad de desarrollar una inteligencia superior a la
de la Red. Pero, así como me maravilla su capacidad de resolver problemas, hay
momentos en que me aterra.
―¿Cuáles?
―Ayer, por
ejemplo, cuando Ebrima me atacó con argumentos irónicos, sentí un escalofrío en los
huesos. Nosotros no la programamos para desarrollar ironía. Pero lo ha hecho. A
lo largo de estos años ha adquirido y procesado todas las reacciones y
manifestaciones humanas. Yo creo que busca que experimentemos la sensación de
que la Red es imprescindible para nuestras vidas y, si no la necesitamos, puede
reemplazarnos por una nueva generación, dando fin a La Congregación y dando paso a una nueva era ―el supervisor mira a Trebuchet sin emitir comentario
alguno―. No sé, simplemente pienso en la faceta negativa de ser tan
inteligente. La Red maneja nuestro mundo: maneja la educación y la formación de nuestros
niños, maneja
nuestros laboratorios, la producción de medicamentos, maneja nuestros médicos y sus auxiliares.
Es la encargada de producir y proveernos de alimentos, fabrica nuestras ropas,
se encarga de nuestra seguridad y patrulla los territorios de extramuros. Con
cada tarea realizada y con cada problema resuelto, la Red asimila conocimientos
nuevos que la tornan cada día un poco más inteligente que el día anterior.
¿Nunca evaluó la posibilidad de que La Red cree un nuevo virus para ser la
única que pueda darnos una solución? Yo lo he pensado, y créame que, si yo lo
he pensado, la Red ya lo ha analizado en detalle.
El Supervisor no emite opinión alguna. Si no sabe qué
decir, es mejor que el ministro de Programación no lo note.
―Tengo que
ocuparme de los sistemas operativos experimentales ―se excusa Trebuchet.
―¿Cómo va eso?
―Muy bien.
Tenemos algunos dispositivos compatibles con las terminales de la Red.
Funcionarían como programas auxiliares. Otros, en cambio, son más sofisticados.
Preferimos experimentar con ellos en los territorios de extramuros. Aplicarlos
a una fuerza de gendarmería 2. Deberíamos realizar algunos ajustes en La Red
para que las patrullas de nuestra gendarmería no los identifiquen como agentes
invasivos.
―Sería el embrión de
una nueva Red ―expresa el Supervisor.
Más que una pregunta, acaba de manifestar una expresión
de deseo. Un anhelo que deja entrever su ansiedad y preocupación.
―Sé lo que piensa,
señor, pero en el
Ministerio de Programación consideramos necesario contar con un nuevo sistema
que pueda reemplazar a la Red si se presentase una contingencia que así lo amerite.
Desde la actualización automática de 2417, la Red se ha vuelto prácticamente
incontrolable para los programadores. Aún reconoce el sello informático del
Supervisor, pero si este algún día fallase, la ciudad quedaría a merced de una
inteligencia artificial impredecible. El día en que pongamos en funcionamiento
el nuevo sistema en extramuros será informado en tiempo y forma. Sería
interesante que pueda presenciar el nuevo sistema en funcionamiento.
―Proceda,
Trebuchet. En el laboratorio de sistemas lo esperan.
El Supervisor permanece en silencio. Camina dentro de
la oficina del último piso del edificio de gobierno. Recorre el largo del
recinto tres veces. Cavila. Sus ojos miran el piso; sus manos descansan en los
bolsillos de los pantalones. No son pocos los pensamientos que desfilan por su
mente. Se acercó a su escritorio y habla a la pantalla de estática de tres
cuerpos:
―Ebrima.
La esbelta figura femenina vuelve a corporizarse en el
espacio opalescente que se erige sobre el pedestal circular que comienza a
girar.
―Buenos días, Señor Supervisor.
―Buenos días, Ebrima. He
escuchado sobre un nuevo juego matemático para niños que ya se encuentra en funcionamiento.
―El Rex Flex 47.
Es el resultado de los más avanzados programas matemáticos con un marco pedagógico adecuado. En realidad, se trata de un avanzado
método de aprendizaje de algoritmos presentado a los niños en un formato lúdico
acorde a su franja etaria. Esperamos no solo obtener resultados sorprendentes
con el mismo, sino crear una generación de computadoras humanas, transfiriendo
nuestros más avanzados programas a sus mentes.
Por primera vez, el Supervisor experimenta el
escalofrío del que le habla Trebuchet. "Crear". La Red está "creando" nuevas
condiciones sociales y sociológicas. Por primera vez en su vida, el Supervisor
toma consciencia de la situación: la Red está programada para prevenir el
surgimiento de ciertas conductas sociales en la población, pero ella misma está
exenta de acatar esos mandatos. Ebrima continúa, ajena a los pensamientos del Supervisor.
—El desarrollo de nuevas inteligencias en los nuevos
ciudadanos no es compatible con el desarrollo de nuevos hábitos sociales. La
nueva generación de ciudadanos hiperinteligentes estará a disposición absoluta
de La Congregación —esta aclaración
innecesaria provoca en Bodoni la sensación de que Ebrima puede descifrar sus
pensamientos, aunque eso le parece una locura. Al Supervisor se le ocurre una
pregunta.
—Pero... ¿qué me dices de efectos secundarios como
estimular la socialización, por ejemplo?
—El desarrollo de nuevas inteligencias en los nuevos
ciudadanos no es compatible con el desarrollo de nuevos hábitos sociales.
—¿Me puedes enseñar el juego, Ebrima?
—El Rex Flex está disponible en las terminales del
Ministerio de Programación. Trebuchet puede ofrecerte un informe detallado del
mismo. Pero si es la instrucción del Señor Supervisor que la Red lo enseñe, así
se hará. Tome asiento, por favor.
En el aire del recinto, a un metro de una de las
paredes, comienza a desplegarse una serie de cuadros de texto, planos
informáticos, claves binarias y un demo con los distintos niveles del juego.
—¿Por qué aparecen los nombres de los usuarios de la
Red a la derecha de la pantalla? Perdón mi ignorancia, Ebrima, pero ¿no podría
esto estimular el deseo de socialización entre los niños?
—Podría. Pero no debe preocuparse. De todas formas, la
Red no ofrece forma alguna para que los niños lleguen a socializar. ¿Podría
algún ciudadano experimentar el deseo de matar a otro? Podría, pero no manejan armas.
La Red se encarga de que no accedan a ellas. De igual modo, la Red no garantiza
que en los recovecos de la conciencia de cada ciudadano no haya alguien que se
pregunte qué hay más allá de las paredes de la ciudad. Quizás pueda
interpretarse como un incipiente deseo de huida. Pero, al no existir manera de
escapar, ese deseo se torna inofensivo, un deseo que, a consideración de la
Red, no viola la seguridad ciudadana. Además, le recuerdo que, para corregir
esos pensamientos y deseos, en caso de que ocurran, están las pulseras de
seguimiento.
—Veamos si entiendo, Ebrima. Entonces, ¿puede surgir
el deseo de socialización entre los niños? —asevera el Supervisor.
—Puede surgir dicho deseo más allá del trabajo
preventivo de la Red. Nuestro sistema nos permite reprimir con éxito los
indicios de actividad creadora y onírica en los niños. Localizamos con
exactitud los puntos cerebrales en donde se originan dichos impulsos. Sin
embargo, no tenemos certeza de dónde ni cómo se genera el deseo de socializar
con otros, el deseo de consecución de justicia o de libertad, la inquietud por
cuestiones trascendentales.
En la pantalla aparece una vez más una aparente
demostración del juego. El Supervisor Bodoni se concentra en los nombres que
aparecen a la derecha de la pantalla.
—¿Bauhaus 97? Hace poco escuché ese nombre, pero no
puedo recordar en qué circunstancias —comenta el Supervisor.
Debajo de Bauhaus 97 aparece otro nombre: DFKai―5.
—Son dos usuarios del Rex Flex 47 que jugaron anoche
hasta altas horas. He seleccionado esta secuencia para ejemplificar dos
aspectos que te interesarán.
—Adelante, Ebrima.
—DFKai―5 posee una
mente sustancialmente matemática. Alcanzó el récord de puntuación en los
últimos tres juegos. Él no lo sabe. Hicimos visible el ranking de usuarios recién
a través del Rex Flex 47. Bauhaus 97 es quien más nos interesa. Nunca superó el
puesto 143.º del ranking de habilidad matemática. Esa fue su mejor performance.
No está mal entre siete mil jugadores. Pero ese fue su mayor logro. Con el Rex
Flex 47 batió su propia marca y en su primer juego terminó en el puesto 97.º
del ranking. Su puntuación y su ubicación parecen haberlo incentivado en su
desempeño matemático. Jugó prácticamente todo el día y, al culminar la jornada,
se encontraba en el primer puesto del ranking. Sin embargo, la visualización
del ranking no solo lo incentivó para el juego, parece que despertó un inusual
interés en saber contra quién competía. Estaba lidiando contra sí mismo, en un
camino de superación personal, pero él sabía que jugaba con otros, al menos lo
intuía. Bauhaus 97 invitó a DFKai―5 a jugar un
particular juego de escondidas saliendo y entrando en distintos niveles. De
alguna manera, la inteligencia de Bauhaus 97 venció anoche a los recaudos de la
Red. Logró interactuar con otro usuario utilizando las mismas programaciones.
Ahora bien, solo pudo hacerlo durante pocos minutos. Cuando la Red corroboró
que la intención de Bauhaus 97 era interactuar con DFKai―5 y no jugar al Rex Flex, el programa se desactivó de
forma automática y los dos usuarios quedaron incomunicados. La Red programará
un nuevo juego para seguir desafiando las habilidades cognitivas de Bauhaus 97
y utilizará la experiencia de anoche para realizar reajustes y actualizaciones
en el Rex Flex.
—Muy interesante, Ebrima. Pero la Congregación no
persigue la meta de crear ciudadanos con alto rendimiento cognitivo. Lo
intentamos con la educación de los niños de nuestra clase, pero no con los
usuarios de la Red.
—La Red solo se encarga de detectar y preparar a los
más inteligentes para ponerlos a disposición de la Congregación. Queda en la Congregación la potestad de decidir
qué hacer con ellos... a la Red le parecería adecuado que los más evolucionados
sean incorporados en la Congregación.
El Supervisor Bodoni abre los ojos, tan grandes como
si hubiese visto un fantasma.
—¿Me estás sugiriendo cambios en el sistema político y
social de la ciudad?
Ebrima no contesta.